Devuelta

     

     En la mañana estuvo realmente fresco. Pero la amenaza de una lluvia torrencial a lo largo del día [aunque nunca vino] hizo que se levantara esta humedad insoportable, fastidiosa. 

     ¿Por qué tengo que ir a trabajar en camisa?

     ¿Por qué la General Paz?

 ♫You can’t always get what you want - The Rolling Stones♫

     A esta hora el sol me da de frente cuando doy la vuelta por el Parque. Se vuelve una pequeña molestia que se va escondiendo tras los árboles sobre los que dibuja siempre un ocaso increíble todos los días. Es tan fácil distraerse en él… Pero entonces el sol sale súbitamente de su escondite y pega un latigazo de lleno sobre mis retinas. En solo un instante vuelve a esconderse tras la arbolada. Es un dolor que vale la pena casi siempre. Pero está tan pesado hoy…

     Llegando a casa desacelero y me detengo con resignación hacia el pequeño boulevard de García del Río. Recuerdo cuando mi abuelo me hablaba del Arroyo Medrano, de cómo era todo antes de que lo estubaran. Me contó de aquel arroyo natural que atravesaba por completo el parque hasta desembocar en el río. De niño lo escuchaba e imaginaba un paisaje europeo, como esos canales que se ven en Berlín o en Amsterdam. Pero con la distancia ahora pienso que el Río de la Plata tal vez no sería la mejor ambientación para la ciudad. Recuerdo que mi abuelo siempre contaba la anécdota de cuando era chico y viajaba en un colectivo que perdió el control y cayó en el arroyo causando un gran revuelo en el barrio. En su lugar se alza ahora un bello boulevard arbolado, sobre el que me detengo hasta casi quedar en pausa.

     Mucha gente corre a esta hora. Siempre somos menos a la hora que salgo yo, y siempre los mismos. La que nunca falta es la señora que corre de la mitad para arriba. Es notable: su expresión, sus brazos, su respiración son las de una persona que está corriendo dejando todo de sí; pero sus piernas están simplemente caminando un poco más rápido de lo normal. Una vez leí que de hecho así filman en Hollywood las escenas de persecución porque si filmaran a los actores corriendo a toda velocidad sería muy difícil seguirlos con la cámara. Entonces la cámara los toma solo de la mitad para arriba actuando una corrida fenomenal, cuando de la mitad para abajo solo están caminando rápido. No sé si la señora rubia se creía en una peli o qué, pero eso era lo que hacía todas las tardes en la plazoleta. El resto del elenco se compone por los que pasean al perro, los que andan en bici, los que pasean al perro andando en bici, el otro que tiene mi edad y usa calzas térmicas, una piba que no termino de entender si es joven o ya no, y a veces también se cuelgan en el banco del ombú unos pibes a fumar. Debo reconocer que es un aroma rico de oler, no era como lo imaginaba. Uno da la vuelta completa a la plazoleta y cada vez que volvés a pasar por ese banco te invade como un aroma armonioso, es como a pasto con rocío. No lo diría a todo el mundo, pero muchas veces me funciona de estímulo para completar una vuelta. Porque si hay algo realmente doloroso en todo esto es, y siempre va a ser, tener que hacer el esfuerzo de salir a correr. Hace un mes y medio que lo vengo haciendo todos los días [o casi todos] y aún así no logro acostumbrarme. Nunca tengo ganas de hacerlo. Y hoy no es la excepción. Encima si voy a correr me tengo que bañar después, y ya me bañé esta mañana. Y eso pasó solo porque ayer no corrí, entonces no me bañé a la noche. Y hoy a la mañana no podía ir así a trabajar. Me irrita no poder establecer ese tipo de rutinas en mi vida: es solamente despejar media hora de mi día todos los días a la misma hora; es bañarse. Pero lo que más me irrita es saber que en este momento estoy llegando a casa después de trabajar todo el día para estacionar el auto… entrar… sacarme la camisa… ponerme la ropa de salir a correr… y luego tener que hacerlo.

     Detengo el auto en la puerta. Me tomo mi tiempo para salir y antes de entrar a mi casa contemplo el cielo. Si tan solo por fin lloviera estaría salvado de esta tortura que es correr. Es verdad que el cielo se estaba apagando, lentamente llenándose de nubes. Pero aún no llovía. Y ayer no fui a correr. Así que no puedo evitarlo hoy. Solo postergarlo tomándome tiempos innecesarios para prepararme. Qué fastidio.

     ¿Por qué no puedo ser como esa otra gente que no necesita hacer ejercicio para estar bien?

     ¿Por qué no puedo estar bien?

     Pongo la camisa a lavar y antes de ponerme la musculosa me miro en el espejo. Es sorprendente cómo a pesar del profundo rechazo que me produce ver el reflejo de mi cuerpo desnudo no encuentro siquiera en eso estímulo alguno para hacer algo al respecto. Llevo un mes y medio y no tengo ningún tipo de progreso. No bajé de peso, ni siquiera tengo más resistencia, ni más aire ni nada.

     Desearía que todo simplemente terminara.

     No me confío en lo sofocante del clima, así que me puse una campera de jogging y salí lentamente de mi casa hacia el boulevard. Ya estoy grande para cagarme de frío. Y si me llega a dar calor seguramente lo transpire y eso ayude en el proceso de quemar calorías, que en definitiva es de lo que se trata todo esto.

     Y solo entonces, parado ahora en el umbral, cuando ya no había nada más por hacer…

     tomé aire…

     me puse los auriculares…

     apreté play…

     y eché a correr, parsimoniosamente; como quien no quiere la cosa.

  ♫Dust in the wind - Kansas♫

     Es una bocanada, un impulso, un rebotar, un fastidio.

     Generalmente doy un par de vueltas caminando para entrar en calor. Pero hay días como hoy que me genera mucha ansiedad y empiezo a correr de entrada para sacármelo de encima. Esperando que tal vez así todo termine más rápido. 

     Estaba terminando de anochecer y los primeros a los que me cruzo son una pareja de ancianos de la que siempre me olvido por alguna razón. Doblando la primera esquina encuentro al que tiene mi edad elongando, ya por irse. [Hoy debo haber salido más tarde de lo normal]. Luego tuve que correrme a la derecha porque por la izquierda, en sentido contrario, venía un chico con un perro. Dando la vuelta vienen de frente 2 bicis y una señora con otro perro, así que tuve que volcarme hacia la calle hasta que terminaran de pasar. Sin darme cuenta piso un charco.

     ¿Por qué sigo haciendo esto?

     Subo el volumen de la música para dejar de pensar en cosas. El cielo estaba completamente oscurecido, ya sea por la falta de sol o por las nubes que tomaron el control de todo. Por mi izquierda pasan nuevamente la pareja de ancianos. Los dejo pasar y me vuelvo a integrar al cordón justo para ver de espaldas a la infaltable señora rubia corriendo en mi mismo sentido, o por lo menos de su mitad para arriba. Voy recobrando el aire a medida que me acerco. Quedo prácticamente detrás de ella. Sostengo la velocidad durante un breve período de tiempo esperando que se diera cuenta de mi presencia y se corriera a un costado en lugar de acaparar toda la pista corriendo por el medio… como lo venía haciendo. Entonces me di cuenta de que por más guiños que hiciera no me iba a hacer luces, y decido tirarme hacia la izquierda esta vez. Corro por encima de las raíces de unos árboles en el interior de la plazoleta hasta lograr adelantarme a la señora. Justo antes de pasarla del todo le dedico una breve mirada con la que pude comprobar su estado de concentración absoluto. Ni siquiera se percataba de mí. Pero sí mantenía en perfecta sincronía sus tres inhalaciones por nariz y tres por boca. En el fondo me parecía bastante admirable aquella señora, aunque sea por su templanza. Pero dejo todo eso atrás y me concentro solamente en la próxima esquina, la que conducía a la última cara de la plazoleta. En ella, un ombú esconde muy bien el banco de los chicos que fuman. Siento que el cuerpo ya me empieza a pasar factura y no completé ni una sola vuelta a la plazoleta. Sé que ese es el umbral de dolor que es necesario atravesar para agarrar ritmo y sostenerse en él todo el tiempo que se pueda. Pero aún así es tan molesto. En ese momento siento una presencia por detrás y me inclino naturalmente para la izquierda. Por mi derecha siento que aceleran y veo pasar a la chica de dudosa edad. Se me adelanta y me deja atrás doblando la esquina. Yo sigo a mi ritmo, no tan preciso como el de la señora rubia, pero por lo pronto sostenido. De a poco empiezo a sentir cómo baja drásticamente la temperatura [menos mal que traje la campera]. 

     Llegando a la esquina del ombú ya debería sentir aquel aroma, pero me decepciona no encontrarlo. Paso por el banco y solamente veo oscuridad y unos perros acostados a un lado. Esto me deprime un poco, pienso mientras vuelvo a dar la vuelta por la esquina completando así la primera vuelta. Ahora no hay ningún estímulo justo antes de completarla, nada fuera de lo cotidiano. Empiezo el tramo largo de la plazoleta pensando en lo gracioso que es como los pibes que se juntan a fumar intentan disimularlo cuando yo paso frente a ellos. Como si fuera yo alguna figura de autoridad que pudiera reprocharles algo. Solo por ser mayor. Entonces cada tanto me detengo y camino bien lento… despacito frente a ellos mientras, tomados por sorpresa, hacen el esfuerzo de hacer de cuenta que no están haciendo nada. Pero esta vez no iba a tener ese divertimento tampoco. A lo lejos veo casi difuminada a la chica llegando a la próxima esquina. Cuando miro a mi alrededor noto cómo una especie de neblina había empezado a cubrir toda la Ciudad.

     Es como si las nubes que no fueron tormenta bajaran hasta nosotros.

     ¿Seremos el ojo de la tormenta ahora?

     Pierdo de vista a la chica, debe haberme sacado media vuelta de ventaja por lo menos. A veces siento que mi ritmo contrasta mucho con el de la mayoría. Me genera mucha inseguridad pensar cómo lo interpretará el resto, qué tanto lo notan. [Qué tanto me notan]. En general, no solo corriendo, no solo esta gente. Tal vez pensarán que es el ritmo que puedo llevar por ser más gordito que ellos. Si así fuera, prefiero esto que sucede que es muy parecido a que todos me ignoren absolutamente y sigan con lo suyo. Porque de lo contrario, si se detuvieran hacia mí solo para comprobar que estoy en otro ritmo eso haría que sientan lástima por mí. Y no hay nada… en el mundo… que me genere mayor violencia que ver cómo sienten lástima por mí.

     Sin darme cuenta estoy llegando a la esquina habiendo superado el primer umbral del dolor. Aprovecho el envión para pasar rápido la cara corta de la plazoleta. Esta vez no me topé con nadie y pude avanzar a toda velocidad a pesar de que la neblina empieza a ponerse cada vez más densa. Al dar vuelta la siguiente esquina me sentí con la energía necesaria para hacer más que las veinte vueltas que me propongo hacer todos los días. Es tentador acelerar y dejar atrás a todo el mundo con el viento dándome en la cara cada vez más poderosamente. Ya estaba trazando visualmente cómo doblar en la esquina del ombú cuando toda esa farsa se desmoronó de golpe y tuve que frenar y empezar a caminar. Me agité de un momento a otro y ahora me cuesta estabilizar un ritmo para respirar. Una puntada en el bazo corona mi derrota absoluta sin haber completado siquiera dos vueltas seguidas sin tener que caminar.

     Dos.

     Solo retrocedo.

     Me presiono sobre la puntada e intento seguir sin perder ritmo. A medida que giro por la esquina rodeando el ombú un viento frío se cuela de golpe. Aprovecho para subirme el cierre hasta el cuello. Me sentí destemplado de golpe. Había perdido el ritmo. Solo tenía que caminar un poco más rápido y volver a correr lo antes posible. Miro de reojo en dirección a la brisa fría y a medida que me alejo confirmo que había alguien ahora sentado en aquel banco. Tal vez alguno de los chicos no consiguió socio esta vez y vino solo. Pero no había olor a hierba.

 ♫Walk on the wild side - Lou Reed♫

     Vuelvo a subir el volumen de la música para dejar de pensar en cosas y terminar de una vez con todo esto. Aseguro los auriculares hundiéndolos dentro del oído para que no puedan salirse. Empiezo a aumentar la velocidad muy gradualmente. No puedo quedarme sin aire esta vez. La neblina súbitamente había tomado todo. Salvo los focos de luces, no veo nada a unos metros de distancia. Con cada exhalación veo salir humo de mi respiración. Sin exigirme empiezo a tomar una carrera sostenible que me permite dar vuelta las primeras 3 caras de la plazoleta sin variar mi ritmo. Es entrando en la vereda del ombú, con la mente puesta en completar la tercera vuelta, que un llanto desencajado proveniente de la penumbra alcanza a colarse entre lo ajustado de mis auriculares. Termino la tercera vuelta desconcertado, mirando sigilosamente a esa figura indistinguible desde mi distancia. Mantengo el ritmo sereno, pero aún con la música a todo volumen no puedo dejar de oír en mi cabeza el sonido de su llanto. Me pregunto por qué llora, por qué eligió este lugar para venir a hacerlo, quién es.

     Rodeo nuevamente la plazoleta y a medida que me acerco al ombú bajo un poco el volumen para distinguir algo de lo que sucede. Al doblar noto que el hombre estaba sentado nuevamente, ahora agarrándose la cabeza. Solo porque tenía la seguridad de que no me veía me animé a revisar un poco mejor con la mirada. [Qué frío]. Bajé casi imperceptiblemente la velocidad y observo a aquella figura en penumbras. No puedo distinguir mucho entre la oscuridad y la neblina, pero sí noto que está solo. Salvo por los perros, claro. Algunos de hecho parecen seguirme con la mirada. Otra vez pude escuchar solamente su llanto inteligible, que se pierde a la distancia. No recuerdo haber visto a esa persona antes, ni tampoco a esos perros. Nadie más ‘de los nuestros’ vuelve a aparecer en mi recorrido. La tentación de dejarse vencer por el cansancio volvía a invadirme nuevamente.

     ¿Quién podría juzgarme si ya no hay más nadie?

     La bruma apenas deja divisar el gran ombú. A medida que me acerco empieza a distinguirse el árbol y la figura perturbada bajo él. Aprovecho la curva para desacelerar y agudizo mi audición. Bajo un punto más el volumen. Doblo con mi mirada fija en la próxima esquina para que no se percate de que lo estoy observando. Después de todo, sigue siendo un extraño en medio de la solitaria neblina. Cierro los ojos por un momento y solamente me concentro en escuchar lo que dice. Todos los sonidos de la Ciudad van deteniéndose poco a poco, como siendo filtrados, dejados afuera. En solo el instante que pasé frente a él sentí que los perros me seguían con la mirada al tiempo que entre tanto sollozo y tanta tristeza escucho:

“¿Qué hago?... ¿qué hago?... 

¡¿Qué hago…?!”

     Llego a la esquina dándome cuenta que no estaba hablando con un interlocutor imaginario, o con los perros. Se estaba hablando a sí mismo todo este tiempo. [¿Qué hizo?]. Mi aliento forma ahora un vaho aún más definido. Vuelvo a subir el volumen.

     Me genera algo de tristeza aquel pobre [¿hombre?] que no halló mejor lugar para llorar que este rincón en el mundo. Oscuro, neblinoso, solitario. Sin embargo, me determino en terminar las veinte vueltas diarias.

     La puntada del bazo vuelve a amenazarme, pero no voy a dejar que me detenga esta vez. Tengo que terminar lo que empecé. Una vez aunque sea. Sino, no hay posibilidad de cambiar nunca nada. Tengo que dar lo mejor de mí alguna vez, aunque nadie lo vea. Entonces mantengo un ritmo tranquilo, pero constante. Imito la respiración de la señora rubia, mal no le va. Y cada vez que vuelvo a pasar por el oscuro ombú bajo aún más el volumen de la música para intentar entender lo que dice aquel ser. Pero la mayoría de las veces solo se distingue llanto e insultos. Hasta que en una de las vueltas por fin entiendo algo:

“¡¿Por qué?!... ¿Por qué?... 

No puede ser… ¡No puede ser!”

     [Será]. Trato de ser muy cuidadoso cuando paso frente a él, no quiero que se entere que estoy espiando su tristeza. Me sorprende que pueda expresarla tan abiertamente, sin importarle que gente como yo lo pueda llegar a escuchar.

     ¿Y si no se dio cuenta de mí él tampoco?

     Razones parece tener.

 ♫The sound of silence - Simon & Garfunkel♫

     En mi próxima vuelta me propongo pasar más lento todavía para intentar captar un poco más de sus declaraciones. Bajo el volumen a menos de la mitad. Esta vuelta se lo percibe aún más alterado que antes. Sacude los brazos violentamente, como si hubiera algo que no puede contener. En medio de un mar de insultos a sí mismo, solamente pude distinguir:

“¡Pensá, pensá…!

Por favor… ¡pensá! ¡¿Qué hago?!”

     A pesar de mis esfuerzos no pude sacar de ese paso algo más esclarecedor. Empiezo una vuelta más escuchando en mi cabeza los insultos que se profiere, y todas esas inquietantes preguntas que se hace. Se lo ve absolutamente desesperado. Me quedan todavía dos vueltas más por la plazoleta y ya no me dan más las piernas. Pero trato de no pensar en eso. Me concentro en aquel hombre sentado en el banco en medio de la neblina.

     Estoy llegando nuevamente al ombú y decido bajar del todo el volumen de la música. De pronto, solamente escucho mis pisadas sobre la vereda y mi respiración. Bajo mi ritmo. Doblando la esquina, un grito desgarrador de aquel hombre irrumpe en el silencio de la neblina crispándome los nervios por completo. Cuando estoy pasando junto a él, en ese momento exacto su grito de ira se confunde con un llanto descorazonado, interrumpido por su propia dificultad para respirar. Es en uno de los huecos de silencio en el que se queda sin aire en que puedo [ahora sin música] percibir perfectamente cómo los perros me gruñían sin sacarme los ojos de encima. Solo por un instante, casi imperceptible, les dirijo la mirada. En ese pantallazo de reojo veo que eran al menos cinco perros mostrándome los colmillos desde la oscura neblina. Y en el preciso momento en que vuelvo mi mirada hacia la próxima esquina, una pausa del sollozo espasmódico es seguida por una declaración por fin más contundente:

“... ¿por qué…? ¿por qué tenías que matarla…?

 ¡Imbécil! ¿Por qué?”

     Doy vuelta la esquina subiendo al tope el volumen de la música nuevamente, dejando atrás todo eso que acababa de pasar. Sin darme cuenta estoy corriendo mucho más rápido que antes. Aquellas palabras hicieron que se me erizara la piel. [¿O será la temperatura que no para de bajar?]. El bazo vuelve a molestarme. La neblina está tan densa que al correr pareciera erosionarme la cara con sus partículas. Estoy agitado y el corazón no deja de golpear con fuerza. Intento calmarme. Esas palabras se mezclan en mi cabeza con los insultos, con sus otras palabras, tal vez escuché mal. O tal vez escuché bien, pero no está hablando de sí mismo. [¿Y si es también una víctima?]. Me queda una sola vuelta alrededor de la plazoleta. Una sola vuelta y me vuelvo a mi casa, de donde nunca quise haberme movido. O puedo volver a casa ahora, en este momento, y mañana compenso esa vuelta que me queda.

     Nunca lo hago.

     Nunca compenso.

     Me inquietaba mucho volver a pasar frente a ese hombre y sus perros. Pero ayer no salí a correr. Y nunca termino nada de lo que empiezo. Es solo una vuelta más. Hice diecinueve… no… dieciocho vueltas frente al hombre que llora y se insulta bajo  el ombú, y no pasó nada. Me repito a mí mismo que no estoy en peligro, que no puedo aprovechar esto como una oportunidad para tirar la toalla. Es un último esfuerzo al que me tengo que obligar y ya puedo volver a mi casa. A mirar estupideces y masturbarme hasta quedarme dormido, como todos los días. Es solo una vuelta más. Solo media vuelta más ahora. Lo mejor que puedo hacer es hacer de cuenta que no escuché nada. Ni eso último ni nada. Solo vine a dar veinte vueltas a la plazoleta escuchando música. Eso es todo. Vuelvo a presionar los auriculares dentro de mis oídos y subo el volumen al máximo. Me preparo para pasar corriendo lo más rápido posible por la última cara de la plazoleta. Tomo velocidad y encaro la vuelta de la esquina rodeando el ombú. Me saco esto de encima y todo se termina. Mi mirada está fija en la próxima esquina, ni siquiera atino a mirar de reojo en dirección al hombre sentado en el banco. La música estalla en mis oídos, más alto de lo que generalmente la escucho. No quiero ver nada, pensar nada, escuchar nada. No quiero nada, nada más. Solo terminar con esto lo antes posible. Pero entonces la canción terminó y parte de mi escudo se desmoronó por completo. Sentí dar un paso en falso en el aire. La siguiente canción tardó casi dos eternos segundos en empezar. Un silencio reverencial reinaba en el aire, en la neblina. Estaba pasando justo frente a él cuando a mitad del silencio me dice:

“Así que te gusta escuchar…”

     No pude evitar un gemido de exhalación. Me volteo suavemente hacia el hombre, que ahora lo veo corpulento al levantarse. Lleva un buzo con capucha. Todos los perros se alinean a él. Algo le brilla en la mano derecha. De pronto sentí un hormigueo seguido de una picazón en todo el cuerpo. Cada terminación nerviosa parecía crisparse en mi piel. El bazó punzó. Nos miramos a los ojos.

  ♫Run to the jungle - Creedence Clearwater Revival♫

     Salgo corriendo a toda velocidad  por el boulevard en dirección a Cabildo. No recuerdo haber corrido nunca tan rápido en toda mi vida. Me picaba toda la cara, la espalda, las piernas, mi panza. Miro atrás para confirmar que el tipo de la capucha me estaba persiguiendo con algo brillante entre manos junto a sus perros rabiosos. Están cada vez más cerca. Los perros me tiran tarascones. Acelero todo lo que puedo, casi sin sentir la puntada del bazo que parece atravesarme hasta la columna. La neblina cubre toda la Ciudad. Apenas se distinguen algunas luces, algunos semáforos. Cada vez que miro para atrás veo una parte diferente del hombre encapuchado o de sus perros tras la niebla. Cada tanto se pierden del todo. Pero cuando desacelero empiezan a aparecer tras la cortina gris que es el aire que nos rodea. No puedo más. No me dan las piernas, no me da el aire. Hago todo el esfuerzo que puedo, todo el que soy capaz de hacer. Sin darme cuenta estoy llorando. Los perros se acercan. Llego a  Cabildo esperando que alguien aparezca, pero no hay nadie. El hombre de la capucha sigue corriendo detrás mío. Cruzo Cabildo corriendo, deseando que alguien lo atropelle. Pero no pasan autos ni colectivos. Ya no puedo correr más, no a esta velocidad. Los perros me alcanzan e intentan morderme. Esquivo como puedo. Me cuesta respirar y me duele la cabeza. No me animo a mirar si me sigue persiguiendo, pero sus perros me muerden los talones. Cualquier descuido es crucial. No hay nadie más en las calles, en las veredas. Sigo corriendo por el boulevard viendo cómo cada vez García del Río se angosta más y más. Las plazoletas se van volviendo más finas hasta casi desaparecer.

 ♫Hold the line - TOTO♫

     A lo lejos veo un muro que pone fin al boulevard. La bocina del tren me ubica perfectamente donde estamos. Los perros casi se pelean por morderme los tobillos mientras acelero todo lo que me da el cuerpo para evitarlo. Siento una pelota en la garganta que me aprieta cada vez más. Fijo mi mirada en el paredón de alambrado que custodia la vía. Es un último esfuerzo, este sí. Si lo traspaso los perros no podrán seguirme. Pongo todo de mí y me precipito saltando al alambrado. Por la velocidad con la que venía mi impacto hace que la valla se hunda hacia las vías y rebote nuevamente. Al volver empiezo a subir cuando uno de los perros me muerde el tobillo. Me desespero por alcanzarlo con la otra pierna y lo golpeo. Lo golpeo tan fuerte como puedo. Veo que se acercan los demás y, tras ellos, el hombre del ombú. Lo pateo fuertemente en el hocico hasta hacer que me suelte. Subo rápido y salto el alambrado cayendo sobre el empedrado de las vías. Me levanto como puedo. Me veo sangrar por las piedras filosas y la mordida. Pero no puedo detenerme. Escucho por sobre la música los ladridos de los perros desesperados. Empiezo a renguear sobre las vías cuando siento un golpe sobre la valla enrejada. El hombre de la capucha se está subiendo. Vuelvo a correr con todas mis fuerzas. Ya no puedo más. Ya no quiero más. No puedo siquiera llorar.

     ¿Por qué no puede todo terminar?

     Me arden las heridas, el bazo me punza como un aguijón que me atraviesa. Las piernas y los brazos me pesan. De reojo, veo a mis espaldas: una cortina de niebla tapa absolutamente todo, pero algo brilla desde la oscuridad. Quiero romper en llanto y no puedo. Solo puedo sacudir mecánicamente mi cuerpo. Además de la niebla, mi visión se va poniendo borrosa por momentos. Volteo y lo veo perfectamente por sobre la niebla. Corre tras mío con una especie de cuchillo en las manos. A lo lejos veo las luces de la avenida por donde pasan autos.

 ♫Piece of my heart - Janis Joplin♫

     Llego a Libertador casi sin fuerzas. No puedo detenerme, así que cruzo como puedo entre los autos. Esperaba que alguien se detuviera al ver la situación, pero nadie se detiene. Nadie ve nada. No tengo tiempo ni para pedir ayuda, cada segundo es crucial. Termino de cruzar la avenida rengo de la pierna que me lastimé al caer. Él está muy cerca. El boulevard se vuelve casi incipiente a esta altura. No veo a nadie más, no escucho nada más que la música a todo volumen por mis auriculares. No puedo más. Tengo que salir de acá, pero ahora me doy cuenta de que ya no hay calles donde doblar. El boulevard se convirtió en un callejón largo y angosto, rodeado de árboles apenas visibles por la neblina. Corro durante cuadras y cuadras y no hay donde doblar. Enfrente tengo lo desconocido, atrás me persigue el encapuchado con un cuchillo. Solo puedo seguir adelante, y ya no puedo seguir más. Hace rato que no puedo respirar continuamente, me ahogo en mí mismo. A mi derecha veo unas canchas de tenis, siniestramente solitarias e invadidas por la neblina. Al final del callejón unos arbustos y un mástil le dan cierre. Tras estos, pasan más y más autos. Atravieso el final del boulevard y cruzo una autopista plagada de autos que pasan a toda velocidad.

     Písenme…

     Por favor…

     Esquivo los autos casi caminando ya. Apenas puedo levantar los pies y ya no sé si lo quiero seguir haciendo. Volteo y lo veo cruzar hacia mí. Atravieso el último tramo de la autopista esperando que alguien lo impacte, o me impacte a mí al menos. Pero no tengo suerte. Arrastro mis pies hasta chocar contra un pequeño paredón de cemento. Sobre este, una pequeña verja de alambre se alza. Justamente, exactamente frente a mí esta verja al borde de la autopista está rota descubriendo el precipicio hacia el ahora sí Arroyo Medrano. Arroyo que en realidad estuvo todo el tiempo, ahora que lo pienso, acompañándome abajo de mis pies. Corrí desesperadamente sobre él y ahora, a pesar de estar a punto de morir, no podía sacarme de la cabeza las palabras de mi abuelo contándome de los canales que se formaban por el boulevard desembocando en Parque Saavedra. Me asomo por sobre el paredón con la inocencia de un niño que espera al fin encontrarse con aquel arroyo que le contaron, pero la neblina apenas deja ver algunos vestigios muy oscuros y llenos de basura. Me volteo por última vez para ver en el momento exacto en que el hombre de la capucha alza su mano derecha para luego hundirla sobre mi cuello con una cuchilla reluciente. La bruma lo rodea por completo. No obstante la luz de la luna descubre sus ojos brillantes y oscuros, satisfechos al fin, pero completamente hinchados aún y con las marcas de haber estado llorando descorazonadamente.

 ♫Young Americans - David Bowie♫

     Todo se tambalea. Me agarro el cuello como si pudiera hacer algo con eso y caigo lentamente de espaldas. Lo veo alejarse, hundirse en la neblina nuevamente y confundirse con el cielo mientras yo no dejo de caer y caer.

     ¿Hace cuánto que estoy cayendo?

     ¿Desde cuándo?

     Impacto sobre el agua gélida, golpeo contra rocas o basur a. Me brota la sangre entre las manos, me brota por la boca, me brota por las piernas. A mi alrededor el agua se tiñe de rojo por mi culpa. Mi vista se nubla casi por completo, y ya no sé si es la neblina o soy yo. Pero las estrellas desaparecieron. Un frío estremecedor me recorre todo el cuerpo, me entumece. No puedo sostener la mano sobre mi cuello abierto durante mucho tiempo más. Y a todo esto la corriente no decide mi destino, qué impaciencia. Finalmente siento como me devuelve nuevamente hacia la ciudad, adentrándome por el túnel que es el arroyo ahora bajo el boulevard. Sin ejercer resistencia alguna me dejo arrastrar a través de la oscuridad absoluta. El agua congelada empieza a entrar a través del corte en mi garganta y no puedo evitar un quejido constante, un  sonido horrible que da cuenta del infinito ardor provocado por el frío implacable del arroyo. Mis manos caen y siento cómo la sangre brota con cada vez menos ganas. Me concentro en dirección a lo que imagino es el cielo y me veo como en uno de esos canales que atraviesan las ciudades europeas. De a poco la tierra se abre ante mis ojos y desnuda un cielo estrellado, mucho más que antes. La neblina parece haberse disipado. Reconozco Libertador, y luego Cabildo.

     Pero, ¿cuándo es?

      El arroyo me empuja con fuerza y no debe faltar mucho para llegar al parque. Las luminarias son ahora precarias lámparas de aceite. Veo reflejar la luna en la superficie del agua por la que ahora empiezo a hundirme, a verla desde abajo. De pronto un griterío agudo es seguido de inmediato por un inmenso cartel con el número 53 que colisiona justo en mis narices. Es un antiguo colectivo que no pudo mantenerse sobre la calle. Ileso sigo la corriente de siempre mientras los vecinos intentan sacarlo. Lo dejo todo atrás fluyendo por fin. Deseaba no morirme todavía solo para disfrutar cada segundo de esa paz que me invadía por completo. No iba a dejar que nada me la arrebatara esta vez. Ningún colectivo sobre el arroyo iba a hacerlo, ni la oscuridad absoluta, ni mis piernas cansadas, ni el frío por mi garganta, ni mis manos que ya no responden, ni la sangre que ya no brota, ni la flota de cuerpos desmembrados que atravieso hasta detenerme del todo sobre algunos de ellos. O de lo que de ellos aún queda.


FIN