30 May
30May

Era abril y de la desvencijada radio aún sonaban melodías, algunas de ellas casi reconocibles. Y si bien el sol todavía se agarraba del horizonte con la punta de los dedos, Mona decidió que ya era hora de pelar las papas. Siempre le pareció tan agradable cocinar con luz del sol que no veía por qué la cena tenía que ser distinta. Le resultaba, además, una actividad muy relajante. Podía simplemente dedicarse a lavar verduras, cortarlas, saltear y condimentar, hervir arroz, rallar queso. No había necesidad de pensar en alguna otra cosa, con tantas que hay. Con el colador en mano, todavía escurriendo, Mona veía el atardecer morir en su ventana. Siempre le pasaba algo parecido cuando pensaba en el sol. Y como hace años que ya no hay mucho que hacer, no era raro que se pasara un día entero en la reposera del patio siguiendo al sol con la mirada. Solía pensarse acompañando al sol recorrer la Tierra desde el Cielo. Si aquello sucediera, ¿vería a gente conocida pasar?. Y si no pudiera nunca detenerse, ¿extrañaría alguna vez la noche?. Siempre se contestaba con un rotundo no a la última pregunta y un ojalá a la primera. Pero ya estaba acabando el día, y no hacía falta seguir pensando en cosas. Entonces Mona se sirve en un platón y agarra una cuchara. A veces le daba un no sé qué usar la mesa del comedor para ella sola. Si no hacía mucho frío, solía cenar en la reposera mirando las estrellas. Sin embargo algunas veces, las más que las menos, lo hacía y así y todo se las ingeniaba con una manta. Pero siempre escuchando la radio. No sea cosa que se le cruzara algo por la cabeza y terminara encontrándose hablando sola otra vez. Había un programa que pasaba unas canciones bellísimas realmente. Mona recordaba que las bailaba cuando estaba embarazada. Así que se trataba de clásicos ahora. Y si esos clásicos eran parte constitutiva de Mona, entonces ella misma en su entereza pasaba a verse para los demás nada más que como una ventana al pasado. Un rumor de algo viejo, que ya pasó, que ya no está. Puede resultar hasta exótico. Pero nunca actual, nunca un presente. Entonces, ¿dónde, acaso, se encuentra Mona? ¿Cuándo es que se encuentra?

Pero, ¿para qué tanto de todo eso?. Era sábado, y aunque eso no cambiara en mucho las cosas, Mona se dirigió hacia la vieja vitrina, abrió su puerta y se llevó consigo un licor de café para extenderse un poco más en aquella noche. Luego de algunas copas y el emerger de algunas estrellas, llegó a conocer otro programa de radio. Uno que era mejor todavía. Este no tenía locutor, y simplemente se dedicaban a pasar música de su época y ya. El licor ayudaba contra el creciente refrescar. Y entre una cosa y la otra, se dio cuenta que no tardaría mucho en amanecer. Mona no recordaba cuándo fue la última vez que lo vio salir. Ese al que tanto le gusta ver, pero que siempre agarra de pasada. Fue entonces que Mona decidió pasarse al té bien caliente y, junto a otra manta más, se quedó expectante al amanecer. Quién sabe si lograra resistir por el sueño, pero quizá podría por una vez superarse a sí misma y seguir con la mirada al sol de pe a pa. O por lo menos hasta que le diera hambre otra vez.

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