Como medio kilo de camarones

No tiene nada de malo que de un momento a otro empiece a hablar un grupo reducido de camarones. ¿Qué otra cosa podrían hacer? Si van zarandeándose de un lado a otro en una bolsa sin perdón ni permiso. Si uno los agarra como caramelos y ni se molesta en preguntar si siguen vivos de tan frescos que se los requiere. Total. Entonces se quejan, se agolpan, se abrazan, refunfuñan, se chocan, casquean y hasta levantan la voz de tramo en tramo. Sus delgadas antenas son muy sensibles, y si se las amontona para luego revolearlas podría bien uno darse una idea del tipo de dolor que produce. Es un dolor genital. No hay nada de raro en todo eso. 

Lo raro es que los esté escuchando yo. Que no soy camarón, por lo menos que sepa.