Eso que siempre quise que leas

Dadas las circunstancias, no hay lugar para seguir desembolsando excusas. Ya no caben. Creo que si saco una más me voy a tener que recluir en el balcón. Como pasó aquella vez que no salía. O esa otra en la que no te decía lo que me estaba pasando. Digamos que estoy un poco acostumbrado a la incomodidad y el frío. Porque si hay algo que nunca fui, es oportuno. Suelo llenarme de tantas excusas en inviernos lluviosos que ya no me pregunto si soy más inseguro que tonto. Creo que les inventé un oxímoron.


Hace mucho que quiero escribir algo con tantas ganas que pareciera que fuese desde siempre. Sin embargo, nunca puedo y quiero al mismo tiempo. Y creería que si de excusas se trata, la de tener que indefectiblemente estar en el preciso momento cuando se me cruzan esas paralelas es la del bolso más pesado. La primera que saco. A veces llega a ser la única y basta para todos. Pero ahora me pregunto, si es que se trata de un reflejo, ¿por qué ese y no otro? Se supone que los reflejos son instintos de supervivencia y no lo contrario. A menos que una parte de mí realmente crea que escribir es morir un poco cada vez. Si esa parte se hiciera presente y, a su vez, de esas palabras se hiciera cargo, tendría yo que echarle en cara que no escribir es morir más lento y yo tengo prisa.

Este es el momento de ser ese que siempre quise ser más adelante. Sobre todo porque para ser ya tuve que haber sido, y si no estoy siendo ahora de acá a que sea va a ser lo mismo que haber sido nada. Yo no quiero alarmar a nadie, pero se ve el linde. No sé hace cuánto, pero ahí vamos. No me queda otra opción que aceptar que soy más efectivo en el peligro que en la serenidad. Si después queda tiempo, pienso al respecto. Pero hoy voy a ponerme a escribir eso que siempre quise en secreto que sea leído; y siempre tuve en secreto miedo de escribirlo. No hay mejor forma para desenmarañar una excusa que empezar por su excusa de qué. Y si es lo que yo creo que es, ya no hay tiempo de que siga teniendo sentido. 


Uno a uno abriré esos bolsos para darme cuenta que están vacíos. O que en realidad su contenido cambia para la ocasión. Esta vez pesan, pero es solo aire. Tomaré una pantalla por lienzo y encenderé la última excusa que me queda. La única que me permito, che. Sin excepción tampoco hay regla. Arbitraré las ideas y las dejaré ser. No voy a hacer con ellas lo tanto tiempo hice conmigo. De hecho, quizá tenga mayor éxito si dejo de pensarme como a mí mismo y empiezo a creerme una idea. Como sea, es momento de dejarme ir. De desenvainarme. Será cuestión de [por fin] redactar ese secreto que temía que fuera leído y soltarlo a su suerte. Lamentablemente no tiene buenos antecedentes a lo que recurrir. Pero no hay nada más que yo pueda hacer por él. O por ellos, o por ellas.

Quizá si tan solo tirara de la madeja de lana me encontraría con los nudos que abrieran paso a diferentes historias, relatos, conclusiones. Entonces habrá que dejar atrás también los quizá para que puedan convertirse en la parte necesaria de la prueba y error que van a ser todos y cada uno de los textos que necesito soltar.


Voy a tomar un poco impulso. Estoy fuera de estado, ya va. Casi estoy.