Nuestro pequeño secreto

Sin lugar a dudas, el verano de Agus se terminó de coronar la noche en que la pelea histórica con el grupo de varones del curso llegaba a una tregua. Era el cumple de Santi y hacía mucho calor. Habían subido entre todos y en secreto los 3 ventiladores de la casa al desván. Al llegar se dieron cuenta que no tenía ventanas, por lo que al final lo único que podían hacer aquellos era llevar la transpiración preadolescente de un lado a otro. Solo un grupo selecto de varones y chicas se había organizado para llegar al desván. Por si las dudas, habían llevado más de una botella. Por si cualquier cosa. Así fue como por primera vez en su vida, Agustina besó a Santi. O besó, en general. Santi fanfarroneaba con que ya lo había hecho el verano anterior, que no era nada nuevo para él. Pero casualmente había sido con una chica que nadie conocía, por lo que había una decisión unánime de no creerle. Quizá más para molestarlo que otra cosa. Él sin embargo mantuvo su versión de los hechos hasta el final. Agus no. Ella dijo desde un primer momento que nunca había besado a nadie. Lo cual no le valió menos burlas que a Santi cuando al fin pasó. La verdad es que la pobre no tuvo mucho tiempo de apreciarlo, de ver cómo se sentía. A los pocos segundos de que sus labios se juntaran la luz del desván irrumpió y la madre de Santi les ordenó a los gritos bajar junto al resto. Quizá fue el bullicio en el momento del beso, o simplemente la madre rastreando los ventiladores por la casa. Nunca se animaron a preguntar.

Los padres suelen alterarse bastante cuando empiezan de nuevo las clases. Por lo que Agustina no pudo verse mucho con su grupo de amigas en los días previos al primer día de colegio. En ese lapso de tiempo se enteró de que sus nuevas libertades estaban a punto de cargar con el peor de los pesos. Desde que el papá de Fede se fue, la mamá de Agus casi no podía salir de la casa. Tenía mucho trabajo que hacer, y Agus era quien tenía que llevarlo al colegio. Ella sola. Debía salir con Fede de la casa, caminar a la estación con él de la mano procurando que nada pase en el camino, pagar los boletos, subir al tren y bajarse para llevarlo a su escuela para luego salir corriendo a la suya. Nunca nadie le habían dicho que esto iba a ser así. Por un momento se sintió estafada.

Ambos sabían lo que iba a suceder de ahora en más, pero no hablaron de eso en ningún momento. Solo se limitaban a mirarse. De todas formas, Fede no era un gran hablador. Solía pasar mucho rato solo en su cuarto, o jugando en el patio. Esa mañana su mamá lo había dejado preparado en la silla de la sala y allí lo encontró Agus, esperándola. Se miraron a solas. “Vamos, Fede”. Fede se levantó y le extendió la mano. Era la primera vez que tomaba la mano de Fede. Agus intentaba llevarlo con seguridad, pero no podía apretar del todo su mano. Por su lado, él no parecía ejercer ningún tipo de resistencia. Esta entrega de su parte no le daba más confianza a Agustina, quien al cerrar la puerta de su casa se encontraba ya en la calle con su hermano a cuestas. Las primeras cuadras caminó apurada, atenta a si alguien la veía llevar a Fede de la mano. No dejaba de imaginar que el padre de alguna de sus amigas podría desviarse y encontrarlos. De golpe siente un tirón en el brazo y al voltear se da cuenta que Fede se había tropezado. Entonces Agus cae en cuenta que estaban yendo demasiado rápido. No solo para Fede, notaba por su propia agitación que estaban llevando un ritmo precipitado. El entrecejo de Fede empezaba a ceñirse y Agus tuvo que tomar una decisión apresurada. Llevó su mano izquierda al rostro de Fede y lo acarició. “Vamos, Fede”. Él abrió los ojos de a poco para mirar a su hermana y por primera vez se miraron de tan cerca. Entonces echaron a andar, ahora sin tanta prisa.