Oblícuo

Fumo, tomo algo. Toso. Pero por sobre todo miro por la ventana. En realidad la mayoría de las veces miro a través de la cortina. Las que me animo, la corro un poco para mirar directamente por la ventana. La altura de mi departamento me da una perspectiva clara de la calle, de las esquinas que son cruce de avenidas. No hay mejor retrato para nuestra sociedad que el plano que todos los días se configuran mis ojos. A veces el plano necesita un poco de ayuda y lo moldeo con los dedos. Saco de cuadro lo que no hace falta, lo que no compone. En ocasiones incluso me concentro en un solo ojo y con las manos le doy forma de catalejo. Pero son las menos. Solo cuando estoy muy aburrido. O cuando el afuera lo está. Generalmente no hace falta. También soy plenamente consciente de la imagen que debo transmitir a los que se percatan de mi guardia permanente. Algunos, los que pasan todos los días, ya me conocen. Incluso me saludan. O se me quedan mirando como si estuvieran esperando algo de mí. De todas formas, no creo que me pudieran reconocer si bajara ante ellos. Soy plenamente consciente de la imagen que debo darles. Y lo sé porque hace tiempo yo también caminé las calles y encontré en los edificios viejos como yo que miraban el mundo a través de la cortina. Por lo que no me genera ningún tipo de vergüenza. Se que me ven, pero que no me reconocen. El día que espiche, podrán verme de más cerca. Por lo el momento, que sigan caminando nomás. Que sino se los van a llevar puestos. Y Dios sabe las cosas que pueden suceder cuando se cruzan los hombres. Dios y yo. Porque no hay otra cosa que vea a diario que justamente eso que todo el tiempo estamos intentando ocultar. Esa naturaleza que nos pide a gritos salir y nosotros pretendemos atar con retazos de tela de colores y consejos de civilidad. Pero todos, absolutamente todos, sabemos que es todo una gran mentira. Ninguno realmente cree en el manual de comportamientos. Algunos de hecho están esperando que se les dé la oportunidad de demostrarlo. De poder sacar no solamente su fiereza, sino también la careta de papel maché que ostenta la paz social. Esos son mis favoritos. Pero no son de los que observan, no son de mis admiradores. No como aquel que en este momento se detuvo para clavarme la mirada. Se queda tieso, no parece esforzarse en verme mejor. Solo me mira parado a mitad de la calle. Es una oportunidad que no puedo desperdiciar. Aunque no hiciera falta, acudo al catalejo. No quiero que nada que pase a los costados me distraiga de lo que ya sé que pasará. Y efectivamente sucede. Con el cambio del semáforo, el joven que no dejaba de mirarme es casi atropellado por un taxi. El conductor baja y discuten. Se acercan algunos peatones. El taxista empieza a empujar al chico que recibe cierta ayuda de sus colegas. Pero el semáforo vuelve a cambiar y ahora los autos van en dirección al taxi estacionado a mitad de la calle. Ahora él estorba y pone en peligro. Pero está muy ocupado intentando pegarle a un joven que no se defiende. Un auto impacta contra el taxi y lo hace girar 180°. El taxista vuelve furioso y ahora se golpea con el conductor que destrozó su auto. Algunos peatones intentaron separarlos, otros parecen preferir no molestarse ya que el taxista parece estar perdiendo. Otros autos detenidos les gritan y se quedan sin avanzar bloqueando la calle. Luego la tragedia. Una ambulancia dobla a toda velocidad por la calle del taxi. Algunos autos logran correrse. Pero la ambulancia choca contra los dos que estaban inmovilizados. El conductor que chocó al taxista muere en el acto. O eso creo. El taxista parece darse a la fuga y poco a poco se escuchan sirenas acercarse. 

Me siento un poco agitado, pero regocijado por el buen día de pesca. Me da la sensación de que el mundo así como está no va a poder aguantar mucho tiempo más. No hay nimiedad que no provoque una violencia injustificada. Es como si en el fondo todos quisieran realmente que todo se destruya. Quizá, todo aquello que entendemos como sadismo no es más que nuestra verdadera esencia volviéndose loca por el encierro. ¿Quién podría culparla? Si esto fuera así, todos aquellos violentos, los llamados locos, no son más que los héroes que lograron rompen las ataduras de nuestra innecesaria moral. Entonces empieza todo a nublarse y me agarro del marco de la ventana. El joven de la calle me mira. Intento sostenerme de la cortina pero me falta el aire y caigo con cortina y todo al piso. Hace años no me andan las piernas. Creo que lastimé mi espalda en la caída. Se vuelve todo cada vez más oscuro. Mi pulso se acelera. Es como si tuviera ansiedad. Llaman a la puerta. No puedo moverme. Empiezan a embestir contra ella hasta tirarla a abajo. Estaba todo nublado, pero creo reconocer la cara del joven admirador que tanto destrozos provocó el día de hoy. Me pega en el pecho, pero no entiende que es demasiado tarde. Tarde para mí.


Entonces me levanté y observé al anciano muerto en el piso. Levanté la mirada y vi la ambulancia destrozada y una muchedumbre enardecida en la calle. Me sentía superado. Desde la puerta, el encargado de edificio estaba llamando a emergencias. Estaba exhausto. Me dejé caer en la silla contigua a la ventana y me dediqué a observar aquel paisaje por el que todos los días pasaba. Pero ahora desde sus ojos.