Teoría china sobre la amistad

Hay una experiencia de la que nadie debería privarse en esta vida. Y es la de entrar completamente fumado a un chino. Quizá es mejor hacerlo solo para no llamar tanto la atención. Pero depende del nivel de confianza que tengas con los tuyos [uno suele asumir que los dueños del chino nos pertenecen]. Los míos creo que lo tienen completamente asumido y hasta deben reírse mirando las cámaras. Es apenas un almacén chino pero para mí a veces parece un Walmart o un shopping. Doy vueltas tres veces por cada pasillo, dudo, leo, pienso, vuelvo. Las góndolas se abren ante mí como un mundo infinito de posibilidades. Descubro siempre nuevos productos, los imagino en mi casa, en mi cena. Hago cuentas, pongo cosas en la bolsa, reviso la lista [si la llevo]. Esto se vuelve un problema recurrente, por lo menos para mí. Casi siempre hago una lista detallada para no olvidarme nada y lo primero que termino olvidando es la lista en sí. Compro la mitad de las cosas que me aucerdo y la otra mitad la invento. Entonces me toca improvisar porque las cosas que realmente me faltan son justamente las que nunca recuerdo. Pero aquellas veces que dí al menos tres o cuatro secas, no llevar una lista es una bendición. Quizá porque me vuelvo menos exigente, o tal vez porque se vuelve todo un poco más divertido llenando aquellos vacíos con la imaginación. Además, mis chinos son los únicos que conocí que sean tan amistosos. Saludan, se ríen, a veces me fían algo si no llego con la plata. El sello personal de la pareja es llamar “amigo/a” a todo el que entre. Por lo que generan confianza de entrada. Ya después de 3 años en el barrio y viviendo en cuarentena, el chino es como una habitación más de mi casa. A veces les ordeno algunas cosas en las góndolas, sobre todo si fumé. Es que la gente saca productos y después los pone en otro lugar. En el piso por ejemplo. Y tal como si fuera que un amigo revisando mis libros cambió uno de estante, yo acomodo los productos para que estén donde deben estar. Sé que ellos harían lo mismo por mí. Nunca se los dije, pero creo que ya lo saben. No es que hablemos demasiado, pero hemos tenido intercambios interesantes. Como cuando le dije a la china “Nǐ hǎo” y ella se rió. Luego le pedí que me enseñe cómo se dice “adiós” pero nunca logré memorizarlo. Ahora nuestro chiste diario es ella pidiéndome monedas y yo disculpándome por no tener pero prometiéndole traer la próxima. Y la próxima vuelve a convertirse en la anterior y así sucesivamente. Una vez le llevé $50 en monedas y estaba atendiendo el marido. La siguiente vez que fui me atendió ella y resultaba que yo no tenía monedas pero que justo a la mañana, cuando ella no estaba, le llevé $50 en monedas al marido. No estoy seguro si me creyó, pero nos reímos con él mirándome sin decirle nada al respecto.

Algunas veces [hay que decirlo] entran también otros. Esos no son “amigos”. Son energúmenos que parecen desesperar de nada si el chino no entiende lo que le preguntan. Los maltratan, se burlan de ellos. Se ríen de su acento, les ponen acentos, les dicen cosas que saben que no van a entender. Esto explicaría porqué en otros lugares no sean tan simpáticos. Creo que en La Paternal se habrán sentidos más cobijados ante tanto odio. Algunas veces, incluso, los energúmenos se sienten graciosos y buscan miradas cómplices en el resto de los clientes. Pero lo que no saben es que nosotros somos los verdaderos amigos de los chinos. Espero que el resto, aunque sea, los miren como yo. Para que se den cuenta, paguen y se vayan sin haber hecho mella. Porque uno no puede olvidarse así nomás de un amigo, haya o no fumado.