Una cosa lleva a la otra

Mariano caminaba completamente convencido de que algo iba a conseguir. Tenía encima el punzón de su primo y sacudía la mirada en busca de un gil. Caminando por la calle se dio cuenta que estaba yendo demasiado rápido. Bajó un  poco la manija y encaró tranqui. En la esquina vio un tipo parado, cargaba unas bolsas y hablaba por celular. Se percató de que no haya movimiento alrededor. A medida que se acercaba se dio cuenta que el hombre tendría casi unos cincuenta años y discutía con su mujer. Se lo veía incómodo por las bolsas. Mariano siguió avanzando en su dirección.


Había sido un día un poco complicado. Estela estaba muy diferente últimamente. Parece como si tuviera menos paciencia cada vez. Algunas veces incluso daba la sensación de querer convertir cualquier situación en un conflicto solo para tener algo que reclamarle y quejarse después. Como esta noche: volviendo del almacén Estela lo llama para ver por donde estaba. Juntos repasan las compras que hizo Augusto. “¿No compraste manteca?”, “No habíamos dicho nada con manteca. Quedamos en pastel de papa.” “¿Y cómo hacemos el puré para el pastel sin manteca, Augusto?”. Hay discusiones que empiezan por las formas, otras por el contenido. En este caso vendría a ser por las dos cosas. Augusto le explica que el almacén estaría por cerrar. Que si quería tener manteca sí o sí tendría que agarrar el auto e ir al super. En medio de esa batalla, Augusto ve que se le acerca un muchacho. “Disculpe, ¿tiene fuego?”, “Sí, ahí va…” Augusto comienza a revisar en su bolsillo después de pasar las bolsas al brazo con el que sostiene el celular. “¿Cómo que tenés fuego encima, Augusto? ¡¿Volviste a fumar?!”. Augusto no lo encuentra.” “Esperá un poco Estela...”. Augusto quiere acomodarse las bolsas. El chico saca el punzón y se pega contra Augusto “¡Dame lo que tengas porque te corto, ¿me escuchaste?!”. Se lo hace sentir.


Valentino seguía jugando a la play. Ella estaba muy molesta con Augusto por permitirle que la trajera. Por no poner los puntos. ¡Estaban de vacaciones! De finde largo, pero eran vacaciones al fin. Y seguramente hubiese preferido hacer algo de río, o Tandil. Antes que venirse a la playa en abril. Pero bueno, ya se sabe cómo es. Valen se trajo la play y no se despega un minuto. Casi no se hablan como familia. Para colmo venía cocinando todos los días. No son vacaciones si tenés que cocinar. Encima ya son las ocho y Augusto todavía no vuelve. Andá a saber a qué hora iban a terminar comiendo. En cualquier momento a Valentino le va a dar hambre, algo le tendría que dar y quizá después ya no querría cenar y se iba a tener que meter el pastel de papa en el orto. Estela da vueltas por la casa, ordena. Se fija cómo va Valentino. Mira la hora: ocho y veinte. Agarra al celular y llama a Augusto. No atiende. Suspira. Va a mirar a la puerta, pero no viene nadie. Vuelve a intentar. Esta vez va a esperar al contestador si hiciera falta. Tono. Ya le estaba dando hambre. Al fin. “Augusto, ¿Por dónde estás?”. Repasan la lista y llegan al problema de la manteca. Entonces lo escucha ofrecer fuego… Augusto hacía tres años que no fumaba. O eso le había dicho. Estela estaba por seguir la discusión cuando escucha un forcejeo violento. “Augusto, ¿estás bien? ¿Qué pasa? ¿¡Augusto?!”. Escucha cómo el celular cae al piso. Sigue escuchando más de lejos el forcejeo. Estela entra en pánico y se deja caer en una silla. Le implora que le de todo y que no se resista, le grita, llora. No sabe si la escucha. De pronto, lo escucha gritar de dolor. “¡¿Augusto?!”. Escucha al otro correr, su marido estaba llorando del dolor y ella se quiebra. Él está lejos del celular, no le responde. “¡Augusto, ¿dónde estás?! ¡Salgo para el almacén!”. Estela busca desesperada la llave, se le caen, le tiemblan las manos. Valentino se asoma desde la puerta de su cuarto. “¡Quedate acá y no le abras a nadie, ¿me escuchaste?!”. El nene le asiente asustado. Estela sale despavorida.


Hace rato que la cosa está tensa en casa. En cualquiera de las casas. Esta era otra, lejos, en la playa. Y sin embargo, sus padres no podían parar de discutir. Por suerte le dejaron traer la play. Ese día escuchó a su madre llorar a los gritos por teléfono. Tenía que terminar la partida porque no podía poner pausa. Entonces la escuchaba preocupada por su papá. Valentino dejó el juego abandonado y se acercó a la puerta del living. Su madre de golpe le grita a él también: que no salga y no abra a nadie. Cosa que él ya sabía que no tenía que hacer. Le molesta que se lo recuerde todo el tiempo. Cuando la vio irse se preocupó por los dos. Algo le apretaba el pecho y no era el asma. Volvió a la partida, pero ya había muerto. Se quedó un rato pensando. Y luego puso otra y empezó de nuevo.