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Consigna día 12: Powerpaola


En la quietud de la penumbra, despacio, de a poco, un ciervo se abre paso entre las malezas del bosque. La luz de la luna se filtra entre las ramas hasta llegar a su cara por primera vez en toda la noche. El ciervo se detiene a contemplarla quebrando el silencio de hasta entonces con sus resoplidos. Reanuda su camino en soledad entre los imponentes árboles sin darse cuenta que estaban siguiendo sus pasos. Fue recién cuando frenó a beber de la laguna que sintió que algo andaba mal. El agua no parecía tener el mismo sabor de siempre, y entonces pudo percatarse que el aire tampoco era el mismo. Aquello vibraba en disonancia. Desde la profundidad del bosque algo que no podía identificar lo estaba llamando. Tenía un fuerte sentimiento de que iba a encontrar ahí las respuestas que necesitaba. Paso a paso el ciervo se fue sumiendo en eso que parecía ser ahora otro bosque. El lago había desaparecido a sus espaldas, donde el bosque volvió a cerrarse. Mientras avanzaba a ese punto de absoluta oscuridad, un punto que lo atraía misteriosamente, sentía que estaba siendo observado. Daba la sensación de que miles de ojos estaban desperdigados por todo el bosque, entre las ramas y las hojas, todos a la vez conectados de alguna forma. Luego, empezaron a oírse movimientos provenientes de todas las direcciones. Cuando decidió detenerse, todo se precipitó. Aquello estaba muy impaciente con su encuentro, casi que podía sentirse su aliento lascivo. El ciervo sintió como todo a su alrededor se alborotaba, enojado. Cuando se gira para volver se da cuenta que el bosque había cerrado completamente su paso tras él. Ya no había laguna a la cual volver. Los ruidos eran cada vez más violentos y los nervios se le tensaban. Prestando atención a ese bosque que veda el camino por el que había venido pudo perfectamente percibir cómo se movía lentamente en dirección en su dirección. Todo ese enjambre de árboles y maleza estaban por devorar al ciervo. Entonces echó a correr. Iba en dirección a ese punto oscuro, perdido en el bosque, galopando con todas sus fuerzas. No solo el bosque de atrás sino el de los costados dejaban la quietud de toda su existencia para desplazarse en caza al ciervo. Ese punto negro parecía agradarse más y más a medida que se acercaba. Todos aquellos ruidos se volvieron absolutamente desbocados. El ciervo corría sin descanso mientras el bosque le pisaba los talones. El punto se había agrandado tanto que en cualquier momento iba a meterse él. Y fue entonces cuando de la tierra las raíces brotaron salvajemente y tomaron del ciervo todas sus patas. El bosque seguía avanzando para devorarlo por completo mientras las raíces lo lastimaban intentando hundirlo con ellas. El ciervo hacía todos sus esfuerzos por zafarse, se sacudía violentamente en búsqueda de libertad, pero solo se hundía más. El bosque estaba cada vez más cerca y empezó a abrir sus fauces para poder devorarlo. La luna volvió a asomarse forzosamente entre las ramas que no paraban de sacudirse. El ciervo estaba dejando su vida sacudiéndose con todas sus fuerzas y fue su grito desgarrador el que terminó de quebrar el aire esa noche. Sintió perfectamente cómo su piel se entendía como una gran cáscara de la que se estaba abriendo paso. Todo su pelaje empezó a resquebrajarse. El bosque estaba aún más furioso ahora. De su espalda terminaron de salir del todo unos élitros que dieron paso a que el resto de él se descascarara sobre las raíces. Comenzó a moverlos hasta por fin levantar vuelo y alejarse de ese bosque predador. Estuvo vagando sin rumbo por un aire que también era distinto, pero no amenazante. Volvió sus ojos una vez más hacia la luna y decididamente emprendió viaje agitando sus enormes alas. Abajo, el bosque parecía haber vuelto a ser el de antes, pero quién sabe. Una vez quiso quedarse con él y tuvo que contentarse con su corteza. Ahora, como quizá siempre lo había deseado, era momento de ver la otra cara de la luna.