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Consigna día 8: Carolina Sanín


Sobre mi mesita de luz, tirando para la esquina, está lo que quedó del sahumerio de anoche. Apenas erguido, caído hacia un lado, los restos de un perfectamente barato “Reina de la noche” de bazar chino. Su aroma, que no era nada menos que el sahumerio desintegrado y desperdigado en infinitas moléculas por toda la habitación, era dulzón. Pero un dulzón bastante artificial, fuerte, como un desodorante de piso de rosas. Era de un rojo escarlata, casi bermellón, de pies a cabeza. Lo que deschavaba el artificio de su pigmentación. Desconozco cómo se hace un sahumerio, pero evidentemente está la parte que se enciende y se consume y por debajo de esta una mera varilla de madera que hace de porte. Y no podía esta varilla tener naturalmente el mismo color que el resultado del proceso que genera la materia de un sahumerio “Reina de la noche”. Lógicamente cada uno era pintado por algún tipo de soplete o quizá sumergidos en un estanque con colores pre seteados para cada aroma. Una mera estrategia de venta visual que para nada aportaba a su funcionamiento. De hecho, lo primero que hace el sahumerio es ennegrecerse. Y éste, ya consumido casi del todo, dejaba ver perfectamente el degradé que va desde el más absoluto negro hasta ese rojizo brillante.

La combustión del fuego había separado al sahumerio en dos planos: sólido y gaseoso. Ahora, los restos que no habían quedado flotando por toda la habitación, yacían en fila india sobre mi mesita de luz, como un cadáver vacío. Aquella ceniza se veía muy firme, consolidada. Pero era cuestión solo de tocarla para en tu dedo por completo se deshaga. Aquel extremo, encendido en llama, había bifurcado su destino eterno entre negra ceniza y blanquecina humarada. Quién sabe qué nos depara a partir de que ya no estamos, en esto que pensamos nuestra Tierra, pero en el fondo solo habitamos. ¿Nos iremos por completo, acaso, en humos invisibles que por el cosmos vaguen? ¿O quedará finalmente nuestra conciencia atada a los restos que en la tierra yacen?. Tal vez, al ser personas y no sahumerios, no nos quedemos acá ni allá sino en algún lugar en el medio. 

O a lo mejor habría que pensar que más que separarnos, no hacemos otra cosa que abrirnos.

Y para entender cómo es eso de expandirnos basta observar, en silencio y sin reproche, quemar en el instante una “Reina de la noche”.

Porque del todo por el aire vuela

Y del todo al suelo cae

Pero tal vez eso que pensamos como un todo

No sea más que una de las partes.


Diría tal vez un escéptico,

De esos que solo la razón doma,

Que no hay nada intangible en este mundo

Olvidando del sahumerio su aroma.


¿Y qué puede haber

Para sus fines algo más oportuno

Que un sahumerio despliegue su olor

Sin tener por nosotros prejuicio alguno?


¿Es más sahumerio, acaso, la inerte y delicada ceniza?

¿O es tan solo un resto como queda en el pizarrón la tiza?


Será que tal vez damos 

A lo que vemos un mayor prestigio

Y como siempre olvidamos

Lo intangible y sus vestigios.


Si de algo estoy seguro

Es que tanto ceniza como humo

Son los polos de un mismo misterio

Que no por muerto deja de ser sahumerio.