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El agua se estaba poniendo cada vez más fría, pero eso no parecía afectarme. Yo buceaba en las profundidades de un inmenso mar. No recordaba desde hacía cuánto tiempo estaba allí y me daba miedo revisar cómo era que estaba respirando. ¿O aguantando la respiración, tal vez?. Había algas gigantes y muchos tipos de peces, pero no se acercaban para nada a mí. Las profundidades rocosas daban un piso sobre el cual pararse. La piedra llega hasta una ladera donde había una pequeña cueva. De aquella, vi salir y desperezarse a una joven y hermosa sirena que súbitamente empezó a nadar alrededor mío. Lo hacía cada vez más y más rápido hasta que en un momento me resultó imposible seguirla con la mirada. Solo podía sentir las correntadas de agua llegar a mi cara.

Entonces la sirena se transforma en un sonido agudo a la vez que todo parecía desenfocarse. Un brillo radiante entra directo a mis pupilas, me daña. Entrecierro los ojos hasta acostumbrarme a la luz. Escucho a mi madre llorar porque ‘estaba parpadeando’. Una vez la luz no me resultó tan dañina, abro por fin los ojos para encontrarme entubado en una ambulancia a 70 kilómetros por hora.


Con el tiempo todo empezó a doler. De a poco, pero todo. Fue muy impresionante ver mi cuerpo completamente enyesado. Casi no podía moverme o hablar. Pero escuchaba y veía todo. Fue más impresionante cuando me lo contaron y pude al fin recordar el incendio.


Todo vino de pronto, pero de manera confusa. Recuerdo escuchar explosiones y caer al vacío mientras las llamas entraban por todos los departamentos. Al principio pude ver perfectamente el pavimento mientras caía desde mi cuarto piso. Pero las explosiones siguieron y en el trayecto vi ventanas reventar con humo y fuego. Una humareda me cubre por completo y no logro ver absolutamente nada. Los gritos aterrorizados llegaban desde los pisos. El impacto lo recuerdo muy poco. Casi como si empezara sin terminar. Pero sí se escuchaban las sirenas. Podía distinguir frágilmente la de los bomberos de la de las ambulancias. Luego, simplemente desperté.


Ahora me pasaron a terapia intermedia y parece haber progresos. Me dijeron que había sido la caldera del sótano. Varios vecinos murieron, muchos salieron heridos o quemados. Yo fui el único que atinó a saltar por la ventana, aparentemente. Y salvo algunos huesos rotos y un breve período de coma, yo soy el que mejor la sacó en todo el edificio. A todos parece sorprenderles por de más, aunque por razones distintas. A mis padres les alivia saber que voy a tener una pronta recuperación. A los médicos les sorprende que no me haya matado directamente. Y a la policía por un tiempo le pareció sospechoso. Desde mi cama pude ver por la televisión la cobertura periodística de absolutamente todo lo que me había pasado. Era muy estremecedor ver la fachada de mi edificio completamente calcinada. Habían logrado captar incluso la humareda que se provocó. Parece que el ladrón de la administración está detenido bajo no sé qué carátula de homicidio culposo. Aunque con esos nunca se sabe. 

Es muy loco. Pude recordar perfectamente la caída. Las ventanas explotar delante de mis ojos, el humo y el fuego. Pero no puedo recordar cuando me tiré. Todos asumimos que me asusté al ver el fuego por el pasillo y no tuve más remedio que tirarme. Pero no puedo recordar nada de eso. Sí me acuerdo de haber llegado tarde del trabajo y haberme tirado a la cama sin cenar. Me desperté cerca de medianoche muerto de hambre y me improvisé una cena. Empezó a amanecer y yo seguía mirando videos en YouTube, y era miércoles y al otro día entraba a las 10. En un rato me tendría que bañar.

Esos recuerdos empezaron a llegar muy de a poco. Como copos de nieve que uno espera impaciente de tan lento que se los ve caer...

Se hizo de noche en el hospital, mis padres se habían ido y todo el mundo me había dejado al fin solo. Me acomodé en la almohada para seguir recogiendo fragmentos del día del incendio. Y fue entonces cuando al fin cayó sobre mí el último de los recuerdos previos al de estar cayendo por el aire. El de haberme tirado. La explosión no había sucedido todavía. De hecho, cuando me tiré por la ventana de mi cuarto aquella mañana, no sabía en absoluto que iba a explotar la caldera en aquel preciso instante en que el encargado la quiso prender. Me agarró cayendo. Qué suerte la mía.


Foto de portada:

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