David y Goliat

No sé bien hace cuánto, todos aseguran fechas distintas, pero una noche empezó a sonar una sirena que antes no habíamos oído. La primera vez, como todo el mundo, no le di mayor importancia. Es un poco estridente. Parece como si fuera una alarma que depende de una bobina vieja que se va calentando de a poco hasta llegar a sacar bien de adentro todo su ronco sonido. Es decir, que suena siempre igual como el de la policía o la ambulancia, uno distingue rápidamente que no se trata de alguna de esas. Tampoco se parece al de los bomberos, pero sí llega a tener la fuerza ensordecedora de su sirena. No es que siempre llegue a ese punto, es como si fuera levantando y bajando la voz según lo requiera. No conozco a nadie que no se preocupe cuando llega a ese nivel. Lo que empezó a llamarme la atención fue el destello de luz. Estoy en un piso alto y aún así las luces del camión bañaban el costado del edificio de enfrente hasta la altura de mi balcón. No me puedo imaginar cómo se debería ver desde la calle. Entre las luces y la sirena creo que no podría uno hacer otra cosa que tirarse al piso con ojos cerrados y tapándose los oídos. Quizá, a veces pienso, es esa la intención. Lo cierto es que nadie habla mucho al respecto. Todo el mundo lo evita. Así como empezamos todos a evitar circular por la calle después de las 23hs. Horario en que comienza a circular aquel camión. No sé muy bien por qué, pero recomiendan no asomarse a los balcones para verlo pasar. Yo entiendo que debe ser de algún organismo de seguridad. Lo extraño es que no fue anunciado en ningún medio. Pero todos sabemos que pasa hasta tarde. Y que se lleva cosas. A veces, gente. 

Como suelo llegar tarde, la mayoría de las veces escucho la sirena cuando estoy cocinando. No puedo evitar que me recorra un escalofrío cada vez. No después de ver lo que pasó con Tony. Es el nombre con el que intenté que llamáramos al perro de la calle que siempre daba vueltas por el barrio. Pero no tuve éxito con el apodo. Entre los vecinos le solíamos dar de comer. Yo le dejaba agua. Como no hay mucho lugar para refugiarse, entre algunos le hicimos una cuchita de madera. Yo creo que habrá salido a correr el camión y a ladrarle a las llantas, como hacía con los autos que pasaban durante el día. O por lo menos eso quiero creer. Porque una mañana todos nos desayunamos que Tony se había convertido en una mancha de sangre y cuero a mitad de la calle. No quedaba más de él que eso. Ni huesos, ni hocico, ni garras. Apenas un trozo de cuero que nadie pudo sacar. Estaba completamente pegado, aplastado. Yo estaba de camino al trabajo cuando lo vi. No podía distinguir lo que estaba observando a mitad de la calle. “Fueron ellos” escucho. Refugiado en la entrada de un edificio había un vagabundo. “Lo agarraron al perro. No estaba haciendo nada.” Me acerco al hombre. Veo que es ciego y que es anciano y está tapado con una frazada. “Hijos de puta”. En ese momento tuve una fuerte pulsión de acercarme del todo. De hacerle mil preguntas. Pero a mitad de camino me detuve. Tenía que ir al trabajo. Tampoco sabía si el anciano iba a decirme la verdad. A lo lejos veo venir mi colectivo y éste tomó la decisión por mí. Me doy vuelta y cuando empiezo a caminar lo escucho nuevamente. “A mí no me llevan porque no le importo. Pero vos deberías cuidarte”. Sigo como si no lo hubiese escuchado. Tomo mi colectivo, trabajo y vuelvo como si nada estuviera pasando. Cruzo a mi casa como si el perro del barrio no siguiera ahí. Me pongo a cocinar y siento aquella bocina empezar a retumbar por lo bajo. La oigo abrir sus fauces buscando una presa y poco a poco aumentar el volumen de su gruñido para llevarlo al ensordecedor sonido de siempre. Me acerco al balcón y lo veo entrar en la cuadra con un halo de luz que apenas me permite distinguir partes de él. Lo poco que se llega a ver parecen pedazos de un camión viejo de guerra. Pero entonces la sirena se vuelve cada vez más estridente y yo le arrojo con todas mis fuerzas una cebolla que parece haberle roto un farol. Se detiene. “Esta es por Tony.”