La última vez que nos vimos

Ayer me lo prometió, así que ni bien termine de desayunar voy a bajar corriendo al taller del abuelo. Tengo que ayudarlo porque tiene mucho trabajo. Últimamente Cholfac está medio raro. Así que no sé si me lo voy a encontrar en el camino. Una parte de mí quisiera que sí, porque lo extraño. Pero es que está tan raro últimamente. Hago el esfuerzo de terminar la galletita con mermelada solo porque es condición indispensable para bajar con el abuelo. Esta vez no porque me está mirando de lleno, pero otras veces le doy lo que me queda a Tamara y listo. Puedo bajar. Yo creo que mi mamá se dio cuenta porque no deja de mirarme hasta que termine de comer. Logré convencerla de que el resto del mate cocido podía quedar por esta vez. La veo a Tamara que no había dejado de mirarme desde el momento en que mi mamá me trajo las galletitas de agua. Pero esta vez no tengo nada que darle, así que solo le doy un abrazo antes de salir corriendo. Tamara me sigue, como siempre a donde vaya. Mamá me grita así que bajo la velocidad y llego caminando a la puerta de la escalera. No me dejan bajar con Tamara así que tengo que abrir solo un poco y pasar de costado procurando que ella no baje. Parece que siempre que baja hace lío y mi abuela se enoja después con mi mamá. Y bueno. Entonces ya desde que me estiro a la manija la estoy conteniendo con el otro brazo. Me besa toda la cara y logro empujarla hacia la terraza para cerrar. No me había dado cuenta hasta este momento que estaba siendo un día muy soleado. No se veía absolutamente nada dentro del túnel de la escalera. No podía siquiera distinguir si la luz realmente estaba encendida. Aferrado a la baranda bajo lentamente los escalones. Esta escalera, además de un túnel, es la casa Cholfac. No sé muy bien por qué no se anima a salir. Es verdad que no es para nada lindo de ver. Y que tiene también un carácter difícil. Pero creo que mi familia podría llegar a quererlo. Me gustaría también que esté con nosotros para comer. Aunque pensándolo mejor, si va a estar como estuvo la última vez prefiero que no lo haga. Está bien que seamos amigos, pero uno no puede siempre descargarse en el otro y después terminar diciendo cosas que no quería decir. Yo tampoco tengo que permitirle todo. Poco a poco mi vista se adapta a la oscuridad haciendo que sea más fácil bajar. No había llegado al codo cuando ya escuchaba a mi abuelo martillando y soldando. ¡Se había levantado mucho más temprano! Me apresuro para llegar, doy vuelta la escalera. Apuro el paso con el sol de frente. Bajo casi corriendo cuando lo escucho susurrándome. | “Oye, ¿no tendrías que bajar agarrado de la baranda?” | Freno de golpe. Me asustó un poco a decir verdad porque no lo vi al pasar. Ya prácticamente había atravesado la escalera y no lo vi en ningún momento. Pero de pronto estaba arriba de mi cabeza. Nos miramos un rato hasta que me sacó la lengua y nos reímos. Me alegra verlo de mejor humor. Le conté que estaba yendo al taller de mi abuelo porque ayer me había prometido que lo iba a ayudar. Solo me dijo que me cuide y se fue otra vez. A dormir creo yo. La próxima vez, si me acuerdo, le voy a preguntar a dónde va cuando desaparece. Porque también tiene sus días en los que ni aparece. Y desde hace ya un tiempo si estoy con alguien más directamente no se asoma. Pero sigue siendo mi amigo y sé que puedo contar con él cuando lo necesite. Al fin salgo al patio donde el sol es el que se vuelve enceguecedor ésta vez.

Ahora sí corro. Esta vez corro aunque no vea casi nada. Y llego de pronto al taller. Abro un poco brusco y creo que asusté al abuelo. Pero después nos damos un abrazo y me muestra lo que está haciendo con maderas y tornillos. En secreto a veces me da un mate con bastante azúcar. Pero no lo pueden saber ni mi mamá ni mi abuela. Cholfac sí lo sabe. A Tamara creo que le podría dar lo mismo. Es bastante divertido atornillar donde marca el lápiz. El abuelo un poco me ayuda, pero puedo. Igual al rato se vuelve un poco todo lo mismo y me aburro. Así que vuelvo corriendo para atravesar el patio. Esta vez Cholfac no apareció ni dijo una sola palabra en todo el camino. Pero cuando estaba en la terraza, a punto de cerrar la puerta, lo veo saludarme. No logro detenerme por lo que cierro la puerta de un empujón. Y cuando vuelvo a abrirla ya no está. Esta vez, Tamara se las había ingeniado ella sola para conseguir una galletita con mermelada. Pero no iba a ser yo quien se lo dijera a mi mamá. Ya que entre amigos tenemos nuestros códigos.