La muerte en tramos

Era de noche el día que casi muero. 

Quizá hubiera sido más interesante de madrugada, con el sol asomándose para ser testigo mientras los restos de noche aún se aferraran a las esquinas de mi cuarto. Luz y oscuridad se disputarían mi cuerpo para poder decir que bajo una de ellas éste dejó de estar vivo. Y de esa forma alguna de las dos se anotaría un poroto más en ese sinsentido que es perecer. Quizá lo harían con envidia, ¿no? ¿Quién sabe cómo es no morir y que sin embargo te den por muerto todos los días? Tener que recordar a diario que seguís ahí, que en algún otro lado estabas.


Igual fue de noche, así que nada de eso importa. Es solo una fantasía de alguien que nunca pensó en su muerte hasta que casi sucede. Lo triste pero real es que en ese momento estaba más preocupado con que esa fuera mi muerte que en sobrevivir. Es curioso lo rápido que podemos llegar a pensar las cosas cuando justamente lo que no tenés es tiempo. Sin embargo, me las ingenié para sentirme un pelotudo, arrepentirme, querer llorar, pensar en alguien y escapar; todo eso en segundos. Estábamos corriendo con mis amigos, escapando de lo que se escuchaba como una moto que nos seguía por las calles del conurbano. Daba vueltas por todo el barrio y por lo que pudimos notar al intentar buscar ayuda, no parecía haber nadie salvo nosotros. Lo cual indicaría que efectivamente nos estaba buscando. Resulta que ellos querían ir a un privado y estuvieron todo el día insistiéndome para que los acompañe. Quizá más por mi afán de hacerme rogar que por otro cosa. No es que la situación me molestara en lo más mínimo. Tampoco es que nunca lo hubiésemos hecho. Pero yo prefería que nos quedemos a jugar a algo, ver alguna peli, seguir con la birra. Tampoco tenía adónde ir, por lo que si se iban sin mí me tocaba quedarme solo y era viernes a la noche.

Llegamos al lugar que nos pasaron, el de la moto roja afuera. No tardamos un minuto en darnos cuenta que todo ahí era una farsa. Parecía una casa alquilada venida a menos, donde una señora preparaba una ensalada y otra nos llamaba desde la oscuridad de una pieza. De pronto escuchamos una moto salir y pedimos tiempo para decidir quién entraba primero. Ninguna hazaña, pero funcionó. Salimos a “ponernos de acuerdo”. Y Dani fue el primero en notar que no estaba más la moto roja. “Si llegara otro grupo de pibes ahora no podría encontrar el lugar”, pensé. Diego insistía en que nos vayamos. Desde la puerta, la señora de la ensalada nos preguntaba si ya estábamos. Nosotros desde la calle le dijimos que íbamos a pegar algo y después volvíamos. Desde atrás de la casa, del otro lado de un largo pasillo que la rodeaba, se asoma un tipo que incluso a la distancia se veía enorme. “Ahora venimos”. Y echamos a andar. Primero despacio, para no levantar sospecha. Luego, sin darnos cuenta, ya estábamos caminando rápido. Pero todo cambió cuando empezamos a escuchar a la moto. Aquella que era la marca registrada para todo aquel que quisiera encontrar la casa. Ahora entendimos que era el señuelo.

Corrimos a más no poder. Nos puteamos entre nosotros. En la calle nadie. Nos escondimos en un terreno baldío. Dimos vueltas. En la rotonda vimos un patrullero. Nos acercamos para alertarles, pero vimos que estaban durmiendo. Nos dio no sé qué despertarlos. Así que decidimos seguir por nuestra cuenta. Ya no se escuchaba la moto, así que íbamos más tranquilos. Volvimos a la casa, jugamos a algo, pusimos una peli y seguimos con la birra. Dani estaba empecinado en llamar para decirles en su cara que los habíamos burlado. Nosotros le decíamos que no lo hiciera, pero a veces a Dani hay que dejarlo ser. Sino es peor. Así que llamó, se les reía, les hacía burla. O por lo menos eso veíamos desde afuera.

Ahora que lo escribo me doy cuenta que no suena tan peligroso como lo sentí en ese momento. Creo que es más gracioso que trágico. Quizá era eso lo que me hacía ruido de morir en esa situación. Escapando de una moto roja que custodiaba la puerta de un falso privado en el conurbano. O intentando despertar a la policía. Menos mal que no morimos. Así podemos preocuparnos en pensar mejor el momento de nuestra muerte. Yo quisiera un recorte de diario que tenga cierta épica. No una muerte de la que todos se rían, como la que tuvo Dani. Pobre. Aún nos juntamos con Diego y nos reímos.