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Consigna día 13: Pedro Mairal


Cuando me desperté fue exactamente como lo contrario a un black out.

¿Sería una especie de white in?

Es como si absolutamente nada en la historia de la humanidad hubiera sucedido antes de que abriera los ojos. Hasta que de pronto llegaron todos los recuerdos juntos y me acordé del mundo una vez más. A todo esto, recién separaba las pestañas entre sí para empezar a distinguir la ventana de mi habitación. Entraba una luz radiante como de mediodía.

¿No tenía una cortina yo?

Me levanté como pude. Estaba en bolas y me tapaba porque la ventana daba al patio y cualquiera de la casa podría verme si pasaba. En el bardo encuentro un bóxer tirado que no recordaba, pero me lo pongo y salgo. Espero que no se hubiera quedado alguna de las pibas o ambos lo íbamos a lamentar. La verdad es que seguro no era yo un espectáculo agradable en ese momento. Sentía la presión en la cabeza de la resaca y apenas podía moverme. De todas formas, de a poco iba ganando fuerzas. Entonces abro la puerta.

Vaya desastre.

Jirones de la fiesta de anoche hacían mella en toda la casa. Se ve que ninguno de los pibes se había levantado o se estaban haciendo los boludos con limpiar. De golpe me acuerdo de Franco. Habíamos estado toda la noche fumando, tomando, riendo, encarando a chicas. Bailando entre nosotros. Si había alguien en el mundo con quien siempre la iba a pasar bien era con Franco. Qué raro que no se haya quedado, se debe haber ido con alguna mina porque volverse al sur… Me moría de sed así que fui a la cocina. Me arrepentí muchísimo de no haberme puesto chancletas porque el piso estaba completamente pegajoso. Pero volver a la pieza iba a ser mucho peor. Tenía que llegar a la heladera. Ahora, si el piso del living era un enchastre, el de la cocina era una sola costra negra que posiblemente si la levantabas de un extremo salía toda junta de lo pegada que estaba. Era como una membrana de pura brea. Entonces vi lo que sería mi salvación: una de las chicas había traído un pilón de flyers de su obra de teatro para repartir. Uno a uno los fui poniendo en el piso para hacerme el camino sobre el que iba pisando.

La culpa se disipaba cuando pisaba accidentalmente

algún reborde de esa pasta negra que era el piso.

Abrí la heladera y mientras deglutía la botella entera de agua sin importar que me dolieran los dientes del frío, tuve un flashback de anoche. Habíamos estado con Franco acá, apoyados contra la barra, hablando con las chicas. Una era la actriz que trajo los flyers, su amiga era una francesa que había conocido en otra fiesta esa misma noche.

Buenos Aires, querido Buenos Aires.

Con la excusa de la música muy fuerte nos habíamos llegado a acercar mucho a ellas y la tensión sexual ya no era disimulada por ninguno de los cuatro. Cuando ellas comenzaron a besarse supimos que no había vuelta atrás. Yo me agarré primero a la francesa, por las dudas, antes que nada. Quizá por fetiche, porque recuerdo que quizá la actriz me había gustado más. Pero creo que muy rápidamente entendimos que esa anoche no iba a haber ataduras de ningún tipo y a los pocos minutos estábamos matándonos con la actriz contra el costado de la heladera.

No pude evitar la erección.

Mientras me la acomodaba hice fondo blanco con la botella. Y luego me tuve agarrar los dientes, como intentando darles calor a través de mis dedos, qué se yo. En eso pasa uno de los chicos de la casa acompañando a una chica a la puerta. Fue solo un segundo, pero estoy seguro de que me vieron perfectamente en bóxer, agarrándome la pija engomada con una mano y con la otra los dientes mientras me encorvaba sobre un caminitos de flyers.

No siempre se puede dar la mejor impresión.

¿Qué habrá sido de esas chicas?. Mientras trataba de acomodar un poco el desastre de la cocina intenté recordar algo más, pero era todo muy difuso. Se me mezclaba con todo el baile en la terraza, la cerveza, el narguile. Pero ellas no estaban en ningún lado.

Intenté encontrarlas en el patio, la terraza, el comedor. Pero solo había basura y suciedad. Fue en el baño cuando de pronto lo recordé:

Habíamos entrado los cuatro juntos al baño. Estábamos estallados de la risa, la francesa encima no entendía nada. La excusa había sido que había que esperar mucho para entrar al baño, así que nos pareció más efectivo hacerlo todos juntos. Con Franco fuimos a mear en la ducha, fumamos también ahí creo. Y ellas se turnaban el inodoro. Nos reímos mucho, mucho. Y nos besamos mucho más. Nos tocamos absolutamente todo y lo loco es que en un momento empezarona insistir en que Franco y yo nos besáramos. Las sacamos cagando me acuerdo. Pero cómo nos reímos. Ellas insistían mucho. El golpeteo en la puerta del baño me trajo de vuelta.

¡Salgo!

Pero puse la traba. Y creo que nos besamos nomás…

¿Realmente nos besamos?

Tengo el recuerdo de ellas avivándonos, festejándonos. Y creo que sí, eh. Y bastante. Con razón se fue Franco… ¿Se habrá ido con las dos?. Lo mato. Lo puedo llegar a matar. Mi compañero de casa vuelve a insistir y salgo. No sé qué me dice del baño, no sé qué le digo del living y dejamos de cruzarnos. Vuelvo al comedor y veo la mesa volteada, apoyada contra la pared. Ahí recordé que en algún momento necesitamos más espacio para que baile la gente y tuvimos que sacrificar la mesa.

Cuánta gente que había.

Qué buena fiesta.

Era muy loco ver ese paisaje tan desolador y recordarlo exactamente desde el mismo punto de vista repleto de gente bailando de todo lo que se pueda uno imaginar. Solo me amargaba lo de las chicas. ¿Habría guardado al menos el número de alguna? ¿El instagram?. Entonces decido volver a la pieza a revisar el celular. Cuando entro, otra vez me parece que la luz estaba fulminante. Veo montañas de ropa tirada en el piso, el velador arrojado hacia un lado, preservativos abiertos y a Franco durmiendo desnudo en mi cama apenas tapado por la cortina.

Ahora sí, puedo decir que me acordé de todo.

O eso espero.