El mar sobre mí

Consigna día 2: Joca Reiners Terron


A los chicos al final se les complicó. Me pidieron disculpas, que el otro finde largo seguro. Lo que no les llegué a contar es que me peleé con Virginia, pensaba hacerlo en Lobos. Supongo que ninguno de los tres [Virginia y mis hijos] sabría entonces que pasaría el resto del fin de semana solo en la quinta. Probablemente nadie lo imagine tampoco, ya que todos sabían que estaría con Virginia y los chicos. Yo también lo pensaba. Pero quizá sea para mejor. Hay que aceptar la vida como una sucesión de etapas a las que te tenés que acostumbrar, quieras o no. Y la verdad es que no podía recordar cuándo fue la última vez que pasé tanto tiempo conmigo mismo. Además estaría apartado, lejos de la ciudad. Vería las estrellas.

Entonces fui de todos modos. Llegué al atardecer y lo vi dibujarse sobre la pileta con una botella de cabernet. De pronto todo parecía suceder notablemente más lento. Ese tiempo que constantemente se me desperdiciaba sin que pudiera al menos palparlo por fin estaba ahí. Casi mirándome frente a frente, como si me dijera: “y ahora, ¿qué vas a hacer?”. Entonces hice un arroz con mejillones, queso, pan y más vino. Al rato ya hablaba solo.

La noche estaba pesada, casi no corría brisa. Prendo el último del paquete y cierro los ojos para comprobar que no se escucha más que los grillos. Me saqué la camiseta para que no se me termine de empapar con el sudor. En la radio algo sonaba. Me acerco a la pileta, el agua estaba tan refrescante. Apuro el cigarrillo y me hundo de a poco. Al final estaba más fría de lo que parecía a primer dedo. Pero así y todo me las ingenié para nadar de espaldas, de lado a lado. Miraba las estrellas mientras intentaba no pensar en nada. Era difícil con tanto problema… lo de Virginia, el negocio, lo del banco... Pero siento que por un momento lo conseguí. Me dejé flotar en medio de la pileta con los ojos cerrados. Sentía la brisa cada tanto llevarse alguna idea. De a poco sentí crecer un ardor en el estómago. Inhalé profundo e intenté olvidarme de todo. Pero el ardor persistía y cada vez me costaba más sostener el aire. Una puntada en el pecho cambió todo de pronto. Me faltaba el aire. Quería llevarme la mano al corazón pero no podía mover los brazos. No podía respirar incluso con la cabeza fuera del agua. Y poco a poco me sentí hundir. El agua me entraba por la boca y la nariz. Apenas podía patalear. El ardor del estómago se confundió con una contracción en mi pecho que se hundía como un cuchillo. No sé cómo, pero estaba transpirando. Las estrellas se nublaron de golpe y con ellas todos mis pensamientos. Entonces, de pronto, me encontraba nuevamente con Angélica desayunando solos en el comedor. Los chicos todavía eran chicos y dormían, era sábado. Ella estaba con el deshabille bordó, un poco gastado por los años. Todavía despeinados y medio dormidos reíamos entre mates. Y de nuevo había tiempo, de sobra parecía entonces. O ahora. Lo único de lo que puedo estar completamente seguro es que las olas crecían y amenazaban con entrar por las ventanas de la cocina. Entonces la miro. Sus ojos todavía brillaban al verme. Cuánto tiempo había. El agua empieza a entrar de a gotas. Ella no lo notaba, pero se vertían desde las orillas de la ventana. Me pasa un mate, parece que uno de los chicos se despertó. Ella se quiere levantar, pero la agarro de la mano, me sonríe y vuelve a sentarse. Nos quedamos en silencio, solamente mirándonos mientras el agua nos llegaba a los pies. Las ventanas de la cocina y el comedor parecían ya verdaderas cascadas. Podía sentir su piel a la perfección. Los chicos llamaban y nosotros solo nos mirábamos tomados de las manos. En un momento las olas estallaron contra las ventanas inundando por completo la habitación. Entonces las estrellas terminaron de difuminarse en el cielo de Lobos. Lentamente me hundí en lo que debieron ser kilómetros de profundidad. A medida que bajo siento como yo mismo me difumino en infinitas esencias hasta perderme del todo. Pero eso sí, en ningún momento dejé de sentir sus manos contra las mías.