4


La tarde se estaba poniendo sobre la Av. Santa Fe. Había sido una jornada tan cansadora y rutinaria como cualquier otra. Llego a la parada del 152 y subo el volumen de andá a saber qué para acallar a los bondis y camiones. Prendo el último del paquete y me asomo a ver si viene. A ver si viene y frena, y no hace como el anterior que se hizo el boludo y puso atrás de un 68 para seguir de largo. Y nosotros siempre acá como unos giles, impotentes en Plaza Italia una vez más. Mientras me debatía si comprar un nuevo paquete al bajar en lo de Adri, empiezo a sentir un leve estruendo; como un eco de un retumbar. Y ese estruendo empezó a tomar forma y a sacudir todo lo que estaba bajo nuestros pies. El temblor se hace cada vez más potente y la gente empezó a aferrarse de lo que tuviera cerca. Mi pucho salió volando y me agarro del caño de la parada. De pronto empiezan a escucharse gritos y alaridos, pedidos de auxilio. Los estruendos se materializaron en edificios derrumbándose. Tras la polvareda asomaron por fin la cara [si se puede acaso decir cara] de los Gurbos culpables de tanto destrozo avanzando en nuestra dirección. La Tierra se abría a nuestros pies y de un momento a otro aquellas bestias empezaron a aullar en un bramido ensordecedor.

Pero el bondi no venía más y el tráfico en la Ciudad se veía insufrible. Pego un último estirón hacia el horizonte para comprobar si acaso no estaba por venir a lo lejos. Y nada. Entonces decido bajar al subte, aunque tenga que caminar más. Cuando termino de bajar las escaleras y llego al andén, voy hacia el fondo como siempre, lo más alejado al resto del mundo. Suelo subir al máximo el volumen en mis auriculares mientras me quedo observando la infinidad del túnel. Y aquella promesa de luz que puede aparecer en cualquier momento [cualquiera menos el que indica el cartel luminoso]. Es entonces que la curiosidad me pudo más que la razón. Sin pensarlo claramente me arrojo a las vías y camino en dirección al túnel. Todo a mi alrededor empezaba a demostrarse más desolado y destruido. Me meto en el túnel caminando sobre la vía con sumo cuidado. La profundidad se interrumpe por un vagón atravesado de par en par, como si lo hubieran embestido. Me acerco para comprobar que podía pasar por un costado y es entonces cuando veo a aquel Mano arrojado en el suelo. Muriendo. Su piel aún no era ceniza, pero ya estaba perdido. Me acerco para escuchar sus últimas palabras, las primeras que tendría conmigo. Hablamos sobre el sometimiento de su especie mientras se le escurría la vida. Mirándome a los ojos se lamentaba de morir bajo tierra, sin ver las estrellas. Y aunque sabía que me estaba arriesgando, no podía dejarlo morir así. Lo tomo en mis brazos y camino a la salida más cercana. Subimos en Caning y allí lo dejé, contemplando el cielo despejado de Buenos Aires.

Tenía ganas de quedarme un rato más con él, pero me pareció más noble dejarlo hacerse ceniza en soledad. Además tenía que tomar el 33 a Avellaneda para cenar con amigos y después volver a casa. No quería llegar tan tarde y con resaca de vino, porque todavía quedaba el viernes en la semana laboral. Ya en el 33 me detengo en el paisaje de la ventanilla: el Puente Pueyrredón está invadido por aquella nieve luminosa. Nadie en las calles, todos guardados. Bajo con el corazón en la garganta y miro a mi alrededor pensando en que tanta calma puede ser muy preocupante. Camino rápido en dirección a la casa donde están mis amigos. Detrás de mí podía sentir cómo acechaban una docena de Cascarudos. Pero estaba bien, solamente no tenía que voltearme y nada iba a suceder. La casa estaba a mitad de cuadra y es al doblar la esquina que sin darme cuenta cruzo mirada con ellos. Entonces hecho a correr hacia la casa. Debían ser cientos ya los Cascarudos que me comían los talones. Me cuelgo del timbre y súbitamente todo termina cuando me abren la puerta. No se ven ya Cascarudos, ni Gurbos o Mano alguno en el mundo. Entro respirando profundo, dejando todo eso atrás; encerrándolo en una mochila.

Con las risas de mis amigos de fondo y un pucho prestado en la mano destapo el primer vino, no sin colgarme a pensar que a la vuelta el 33 podría dejarme muy cerca de Nuñez si es que me quedaran las energías suficientes como para dar esa batalla por tercera vez en la semana.


Imagen: 

https://ar.pinterest.com/pin/296745062939027158/