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Bajó apurado las escalinatas del subte en Medrano. Se adelantó a viejos y madres con niños, rozó hombros a diestra y siniestra solo para llegar al andén y enterarse que le faltaban aún 6 minutos al próximo tren. Ramiro resopló una vez más y chequeó la hora. “Podrían poner estos carteles arriba así no nos atropellamos en vano”. Miró la hora una vez más y luego confirmó que el cartel luminoso siguiera marcando el mismo tiempo. Tenía 15 minutos para llegar a Los Incas. “15 menos 6 = 9 minutos de trayecto”. No estaba tan mal, pero no tenía tiempo que perder ni margen para retraso alguno del subte. Ramiro hacía un año estaba sin trabajo y esta era la única entrevista de trabajo en mucho tiempo. Se odió por tener los minutos tan contados siendo que la entrevista era a las 15:45 y no había hecho absolutamente nada en todo el día. “Si llego tarde a una entrevista a esta hora, me van a despedir antes de contratarme”. Volvió a resoplar y se sentó por un momento. Entonces llega el subte del lado de enfrente y Ramiro observa detenidamente el movimiento rutinario y hasta robótico que se genera en torno. El cartel luminoso marca ahora 1 minuto y Ramiro se para ahora con un poco menos de prisa. Exactamente igual que el lado de enfrente, en el andén las personas se disponen a amucharse en los espacios en los que desean que se detengan las puertas. Ramiro puede reconocer a más de uno de aquellos a quienes casi empujó para bajar por las escaleras. La luz del tren aparece por fin en el túnel y Ramiro resopla una vez más. Todos terminan de acomodarse mientras el tren se detiene dejando a Ramiro a mitad de camino de dos puertas. “No me va a tocar nunca, ¿no?”. Resopla y se decide por seguir el tumulto de la izquierda, que parecía menos numeroso que el de la derecha. Entra como puede para viajar parado, contra la puerta. Vuelve a chequear la hora, son las 15:36. Si todo sale bien podrá llegar a tiempo, aunque tal vez transpire al pegarse un pique por las escalinatas, luego la calle, luego el edificio (encontrar la altura…). Sin embargo, vuelve sus pensamientos una vez más a su entorno. Todos viajando como ganado, un ganado estrictamente educado para no salirse de las riendas. Auto-controlado. Veía la cara de fastidio de quienes parecían salir de un trabajo o viajar hacia él. Y se vio a sí mismo siendo uno más a partir de mañana, si es que tenía suerte en la entrevista. Si es que llegaba a tiempo a ella. 

Una vez pasada Lacroze, de golpe el tren se detuvo en seco. Todo murmullo se cortó y las luces empezaron a titilar. Estaban a mitad del túnel, prácticamente a oscuras. Todos empezaban a impacientarse y Ramiro volvió a mirar la hora. Eran las 15:42 y casi había llegado a Los Incas. Pero tuvo que detenerse ahí, justo ahí. Ramiro agarra el celular para intentar contactarse con alguien de la empresa, pero no había señal. Entonces, los parlantes del vagón emitieron un ruido extraño, seguido del cual el chofer anunciaba que el tren había quedado fuera de funcionamiento y que los pasajeros iban a tener que bajarse y caminar por el túnel hasta Los Incas. Las compuertas se abrieron y Ramiro saltó como un loco. El resto bajaron con más cautela y encararon el túnel. Eran las 15:43. Ramiro empezó a correr dentro del túnel oscuro. Tenía que llegar, tenía que obtener el trabajo. Las deudas lo estaban ahogando y la procrastinación lo agarraba de los tobillos para pegarlo al sillón todo el día. Eso tenía que cambiar. De lejos parecía verse la luz de la próxima estación. 15:44. Solo tenía que correr un tramo más y llegaba. Tal vez llegaría uno o dos minutos más tarde, pero sería entendido si cuenta lo sucedido. “¿Nos van a dar un certificado en la estación?”. De pronto un túnel lateral abre un nuevo camino. De frente tenía la luz de Los Incas, pero a su derecha había aparecido súbitamente un nuevo trayecto. Miró a su izquierda, pero solo había pared. Era muy extraño porque el tren no podría doblar por ahí. Se detuvo, agitado, por unos momentos. Estaban por ser las 15:45, seguía sin señal. Tenía que recobrar el aliento y seguir corriendo hacia su entrevista. Pero no podía dejar de mirar ese extraño túnel. Ahora que lo veía mejor, parecía abandonado. No tenía una estructura como el túnel en el que se encontraba Ramiro, parecía algo más fantasmal. 15:45. Las personas que había dejado atrás ya lo habían alcanzado y pasaban a su lado, sin verlo ni a él ni al túnel de la derecha. Todos seguían de largo, nadie reparaba en el nuevo camino posible. A pesar del desperfecto, todos seguían su lineal camino hacia la estación siguiente. “Hacia el matadero”, pensó Ramiro. Luego volvió a mirar el túnel en el que estaba parado, por el que se desplazaba ahora la gente que bajó del tren. Pensaba en que el subte era el mayor éxito de este sistema. No hay libertad alguna para salirse de los carriles allí. Todo estaba armado de la forma más práctica posible. Ciertamente era efectivo para conducirnos a destino, nadie podría llegar tan rápido si daba más vueltas. 15:46. Ya estaba llegando tarde y sabría que tendría que explicar el retraso del subte. Se quedó mirando el túnel viejo a su derecha mientras pensaba que esa excusa podría darle, o devolverle, un poco más de tiempo. De ese que se le estaba yendo. De ese que se le iba mientras pasaba el día entero en su sillón esperando que algo pase. Ramiro vuelve a llevarse puestas a un par de personas una vez más, pero esta vez no para seguir su mismo camino sino para atravesarlo perpendicularmente. Sin mirar atrás, Ramiro se mete en el túnel que nadie parecía ver. Se aleja de todos, de todo, para sumirse en una penumbra que parecía tener un aura que lo tranquilizaba. Ya no había tiempo allí, eran las 15:XX o tal vez más, o tal vez menos. El silencio de aquel trayecto daba aún más paz a Ramiro, quien siguió avanzando por ese túnel en busca de recuperar, quizá, tanto tiempo perdido.