30 May
30May



A partir de aquí puede dejar su moral atrás,

créame, no la necesitará.

 


1-

La música de Coltrane es contrabajos y platillos tupidos que se abren entre el humo ya bastante denso de la habitación mientras Abel termina de esnifar con un cigarrillo en la mano. La vida, todo el sentido de la existencia es un momento y es ése momento dónde aflora ahora la excitación de sentirse con el poder de haber escalado la montaña más alta del mundo con las uñas en menos de un segundo; la pesadumbre del cansancio físico y el dolor en la punta de los dedos a la vez que el corazón te boxea el pecho sin pedir permiso. Y entonces las pitadas parecen apenas iluminar la habitación descubriendo el humo que no se sabe si es el inmediato o el ya acumulado, el almacenado. Porque el humo es la criatura con la menor expectativa de vida existente a menos que se encuentre con otros humos, que a punto de morir se contagian de los recientes amalgamándose en un solo humo, cómo las olas en el mar, que rompen y estallan entre sí, pero siguen siendo el mismo mar. Esto pensaba Abel mientras exhalaba ese mar y veía como primero se rompía en el aire contra el desahogo del ventilador ladeado, formando casi siempre múltiples caminos, múltiples rutas que toma el humo, rápidamente en distintas direcciones para luego fundirseen el ambiente que gracias a la cocaína ya no podía distinguir de un palo santo o un manojo de sahumerios. A la vez que miraba el extremo encendido del cigarrillo, ese punto rojo que es fuego y es inmediatamente ceniza formándose como piel muerta, y se consume siempre de forma distinta para luego tomar las diversas vías que el aire le ofrece, silencioso, pero presente. Y se preguntaba si es que allí habría vida, de algún tipo, o si era una mera reacción química sin sentido. ¿Cuál era la fórmula del fuego? ¿Cómo aparecería en la tabla periódica? ¿Es posible que sólo sea fuego y no haya ninguna partícula de vida en él? Coltrane bajaba sus ansias (ya sin piano) y con ellas menguaba el cigarrillo. Se preguntaba si el alma no es sino una especie de humo invisible que se disipa momento a momento en el aire sin que lo sepamos. Segundo a segundo se va perdiendo para dispararse en múltiples direcciones y luego formar parte de unTodo dentro de una Nada conjugada por la bifurcación de partículas de almas que escapan, que salieron corriendo cuando encontraron la oportunidad. Luego, siempre hay que encender otro cigarrillo, es el ciclo de la vida.


Mal prendido, o lo prendés del lado que resta o lo pitás hasta que se acostumbre. Si el encendedor quedó lejos, no hay muchas respuestas.


La cotidianidad se hace humo con el transcurrir. Y se sirvió otro vaso de vino.


Barato porque es fin de mes y en el Estado siempre pagan tarde por lo que el fin de mes se prolonga todo un mes por lo menos.


Era casi medianoche cuando entre ciertos placenteros tambaleos se asomó al balcón para ver la ciudad sobre la que derramó un poco más de humo, no sin cierto sano desprecio. Sano para él, el desprecio. A lo lejos se escuchaba la bocina de un tren arrancando por sobre ese peculiar silencio que guarda la ciudad a esa hora un día de semana, dónde sabés que ese silencio no es pasivo y que encofra muchos secretos. Son gritos acallados por la hora, por el rigor. Pero sabiendo lo que Abel sabía no podés dejar de pensar en la esquina dónde le roban la billetera a un extranjero o la escalinata del subte dónde tratan de violar a una chica en el mismo instante en que tu ceniza cae desde el séptimo piso para llegar a ser no sabés qué sobre la cabeza de quién vaya a saber por qué pasea un perro a esa hora, sin percibir los restos de muerte que le llueven invisibles, bajo la custodia de la noche. Son esos crímenes que Abel elige perdonar por no saberlos. Que quizás todos elegimos perdonar cuando aun sabiendo que son, no nos importan si estamos en nuestro balcón de la calle Esmeralda. De esta manera, Abel pensaba mientras pitaba que si se tuviera que arrestar a todos los cómplices reales de cada crimen ya estaríamos todos presos. Sin embargo, la próxima mañana tendría que hacerse cargo del caso de ese ladrón de billeteras extranjeras, o ese violador (o quizás tentativa de violador si no llegó a concretar) desde la oficina de la Unidad Fiscal Este.

Empezó a fantasear con conocer una extranjera en un bar, invitarla un par de cervezas y ofrecerle la merca que tenía en la mesa de luz. De ahí a la cama había escasos centímetros. Pero luego comenzó a pensar en qué haría con la extranjera aún no existente después de coger. Desde ya le ofrecería una copa de vino.


No es muy recomendable mezclar cerveza y vino, aunque después de tomar cocaína qué más da.


Era martes y tenía que estar temprano en la fiscalía, no la dejaría durmiendo en su departamento, y es grosero ofrecerle un taxi. Quizás podría cogerla un rato en su residencia para luego marcharse. Quizás intercambiar números. Pero debería salir con la cocaína. Habría que ser cauteloso, no era de la clase de fiscales que tenía amigos en la policía, o amigos en general. Quizás sólo marihuana, pero eso se lo podría ofrecer cualquier pendejo. Una extranjera querría cocaína. Si él fuera una suiza querría esnifar luego de dos cervezas y algunos besos.


Un tren a toda velocidad se precipita vertiginoso y sólo en medio de la noche.

Sus ruedas invisibles por la velocidad cortan el aire, chirriantes.

Sus luces parpadean.


Hacía bastante calor pero de a ratos el viento sorprendía fugaz e inquisidor, así que resolvió guardar la merca restante en la caja de cigarrillos cuando oyó otro bocinazo y una locomotora enfurecida seguida de un fuerte estruendo de choque y derrumbe a lo que le continuó un devastador griterío. Alaridos y vociferaciones desesperadas que se entrecruzaban como si fueran humo pero que llegaban todos juntos a sus oídos.


“¿Y ahora qué mierda?”


Bocinas de autos y más gritos, ya desparramándose. Coltrane ya se estaba poniendo melancólico cuando sonaron las sirenas de la policía y ambulancias, quizás bomberos.

No se veía fuego, pero había humo saliendo de la estación de tren. Algo se había derrumbado, la locomotora ya no sonaba. Distintas luces de sirenas aparecieron en la oscuridad y se acercaban furiosamente a la estación de Retiro. Desde el balcón parecían una manada que acorrala vorazmente una presa que sabe que va a ser devorada. Abel se dio cuenta que el viento fumó por él su cigarrillo y tuvo que prenderse otro. Otros vecinos salieron a sus balcones a espiar y entonces ya era una tribuna. El viento devolvía voces ya mucho más desperdigadas y opacadas por las sirenas que chillaban enojadas. El miedo vibraba en el aire y por un momento no se sintió tan borracho. Bajó el volumen a Coltrane y las ambulancias parecían gritarle en los oídos. Refrescó mientras Abel miraba atónito el espectáculo. Luego de arrojar el anteúltimo cigarrillo del paquete por el balcón decidió irse a dormir. Guardó el paquete en el piloto que aún contenía algunas líneas de cocaína en el fondo y se arrojó en la cama tratando de obviar las sirenas y murmullos de vecinos.


Mañana se leerá todo en los diarios, café de por medio y comentarios apresurados.

Culparemos al gobierno.


Se tapó la cara con las manos para no ser visto por las paredes, pero presionando para sentirse, respirando con cierta dificultad pero disfrutando el aislamiento.

El insidioso sonido de su celular sonó cuando por fin se estaba conciliando y no pudo evitar mirarlo con la amargura de saber que esto iba a suceder, por más que tratara de ocultarse bajo sus manos en la oscuridad; sabía quién era y qué diría. Y también sabía que tendría que atender.


- ¿Laggiard? ¿Dormís?

- Ya no...

- No te hagás el boludo ¿Escuchaste algo? Chocó un tren en Retiro, ramal Mitre, tenés que ir a investigar, te toca la causa.


Luego de respirar profundamente para asimilar la idea.


- ¿No hay policías tomando declaraciones y aprehendiendo sospechosos? Podemos verlo mañana, Alberto…

- Escuchame una cosa Laggiard, vos vivís a diez cuadras. Me acaban de llamar de allá y no hay nadie. Dentro de la locomotora, del tren. No hay nadie. El tren llegó vacío y se estrelló contra la estación.

- ¿Y por qué no le hacen una alcoholemia al conductor y nos dejamos de joder? Son las doce de la noche Alberto…

- Vos no me escuchás cuando te hablo ¿No? Te estoy diciendo que no hay nadie, revisaron todo: no hay chofer ni pasajeros, el tren llegó vacío, se estrelló contra la estación. Por ahora no hay heridos ni muertos pero la gente está desquiciada, algunos quieren prender fuego la estación, están todos los medios hablando boludeces. No sé cómo se filtró la información pero están todos asustados porque la policía revisó todo el tren y no encontraron a nadie adentro, ni muerto ni vivo ni oculto. Nadie.


Abel se incorpora en el lugar. Vuelve el mareo.


- Eso no es posible, Alberto. El tren no llegó vacío, el conductor debe estar muerto bajo algún escombro o salió corriendo o despedido o algo. No puede llegar un tren vacío…

- Bueno, vestite, salí y encontralo, porque toda la policía de Buenos Aires no pudo. A partir de ahora y hasta que se calme, estás con el caso. A mí me chupa un huevo qué carajo pasó. No hay muertos así que a nadie le va a importar en 6 meses. Pero ahora me están rompiendo las pelotas a mí con esto y no se sabe nada. Andá a hacer algo ya, te están esperando.


El tono del teléfono colgado le resonó eternamente en su oído por varios segundos, como si viniera de lejos. El piloto lo miraba desde el perchero.



2-

Todos los taxis pasaban del lado contrario, como suele suceder cuando estás apurado. A lo lejos se veían las patrullas y el desvío del tránsito. La noche seguía pesada y húmeda, pero corría el viento frío de la costanera. Hacía diez minutos que estaba parado esperando, nervioso por llegar pero sin ninguna gana de estar allí. Caminaba y luego volvía  al mismo lugar para ver si venía un taxi. Cuando por fin se decidió a sacar el último cigarrillo que le quedaba, lo contempló primero en su mano y luego con la mirada al infinito dio un suspiro. El mismo suspiro melancólico de turno que solía otorgarle al último cigarrillo que se prometía fumar en su vida. Lo colocó en su boca mientras tanteaba buscando el maldito encendedor. Si Houdini reencarnó en esta vida seguro sería un encendedor, o todos. No existe objeto tan perdible, o inconscientemente robable como ese. Debía tener un sueldo en encendedores perdidos en vaya a saber qué rincón de su departamento o bolsillos olvidados de jeans que nunca lava. Levantó la vista para ver si se acercaba alguien que fume, pero no. Volvió a insistir y lo encontró en el mismo bolsillo dónde lo había buscado en un primer lugar, quizás la billetera lo ayudó a esconderse, o quizás sólo lo quería molestar un rato. Pero antes de encender vio un taxi disponible y si bien tenía la distancia que le daba el tiempo para dos (quizás tres) pitadas, volvió a guardar todo en sus bolsillos.


Un cigarrillo se tiene que fumar entero o no se fuma. Es un desperdicio fumarlo por la mitad y repugnante encenderlo de nuevo estando parcialmente fumado.


Levantó el brazo aunque aún faltaba bastante y se arrepintió de apresurarse al ver cómo el taxi se dirigía hacia él frenando muy lentamente. Se preguntó si ya tenía encendido el taxímetro y pensaba cobrarle la interminable frenada. Estaba apurado, pero no sabía si el mundo se había vuelto lento o la merca lo había acelerado a él porque el ascensor también demoró más de la cuenta. Por fin frena y Abel entra rápido para hacer notar su prisa.


- ¿No tiene calor con ese abrigo? Yo acá adentro si no me corre algo de aire me asfixio.


Abel pensó un segundo qué tan necesario era responderle la pregunta.


- No… (A secas) Vamos a la estación Mitre.

- ¿Del tren?

- Si, por favor.

- No se puede amigo, está todo cortado, está la policía, bomberos, todo. Hubo un accidente y no se puede ni pasar por ahí.

- Ya lo sé, soy el fiscal a cargo. Así que créame que nos van a dejar pasar. Vamos.


Arranca en silencio. Abel miraba por la ventanilla. Siempre le pareció eso un extraño ejercicio de vida. Al mirar por una ventanilla de un auto en movimiento ves secuencias de vida, una tras otra aparecer y desaparecer, entrecruzándose con nuevas. Chicas que caminan yendo a un bar, chicos que las interceptan con piropos groseros pero que aun así a algunas de ellas las hacen reír. Una pareja yendo de la mano, un anciano con un diario, dos amigos que salen a correr de noche y tratan de no chocarse con la señora que camina muy lentamente aferrada de su cartera, el joven que se acerca a la anciana para preguntarle por una dirección pero ella no le responde y camina más deprisa alejándose, mientras él busca con la mirada frustrada a quién preguntar cómo salir a Lavalle. Este paisaje era peculiar ya que no se veía mucha gente, autos atorándose en una dirección cuando por la otra no había más que su taxi. Patrullas en las esquinas y gente amontonándose allí para preguntar qué sucedió, camionetas de noticieros, sus interminables cables por doquier y ese puto sonido de sirenas que sabía no se le iría del tímpano en días. Semáforo.


- Así que fiscal… ¿Qué pasó con el tren? ¿Chocó sólo, estaba borracho el chofer o se descompensó…?

- No lo sé, por eso estoy yendo.

- Ah…


Silencio tenso. Requisas en la calle.


- Sabe que mi ex mujer me hizo una denuncia por alimentos y no me está dejando ver a los chicos. Yo no tengo plata para un abogado ¿Qué puedo hacer? ¿Con quién tengo que hablar?

- Mire… (Conteniéndose) No sé, vaya al Colegio de Abogados si no tiene dinero para uno, nosotros no podemos hacer nada. Yo me encargo de homicidios, violaciones, robos… (Piensa) descarrilamientos de trenes fantasmas.

- Sabe que yo escuché que parece que no había nadie en el tren cuando lo investigaron, que llegó vacío, en la radio lo estaban diciendo.


Radio Ga Ga.


- Veremos, cuando por fin llegue.

- Bueno, está todo cortado ¿Qué quiere?


Arrancan.

Abel se recuesta presionando nuevamente su rostro con ambas manos. Esta vez sintió la barba que debió afeitarse esa mañana. Pasó su lengua por los labios y sintió el amargo sabor de la nicotina, cosa que sucede cuando tocás el filtro con la lengua o los labios húmedos. Hacía diez años que fumaba un paquete por día y todavía no aprendía a fumar… Cuando volvió a mirar por la ventana se estaban acercando a las patrullas que custodiaban la entrada de la Estación Mitre. Y suspiró como si estuviera por fumar su último cigarrillo de turno.

 


3-


Pese al movimiento pragmático de una orquesta de gente dentro de la estación se respiraba una cierta quietud, de espera. Escombros como muertos en un campo de batalla desparramados por todos lados sobrevolados por una fina capa de polvo que apenas se hacía notar en la distancia. Y en el medio de la estación una locomotora incrustada en la fachada que la detuvo al fin, dejando la cola de vagones zigzagueantes a lo largo del pasillo y parte de las vías. De a ratos, el viento soplaba frío.

Bernárdez descansa impávido en el resto de un banco apenas moribundo con el expediente dando vueltas en su mano derecha. Miraba cada detalle del movimiento de sus hombres, quiénes tomaban declaración a empleados,impedían el ingreso de la prensa y paseaban con linternas alumbrando cada rincón externo e interno del tren descarrilado sobre su propia estación. La luz de sus hombres al pasar por los pasillos del vagón le parecía extrañamente atractiva, no sabía por qué. Cuando finalmente llegó uno de sus hombres con un café para él se puso a pensar en todo el tiempo perdido. Dos horas de trabajo, 25 efectivos provenientes de 3 comisarías distintas, una dotación de bomberos y dos ambulancias para custodiar solamente un puto tren que andá a saber qué hijo de re mil putas lo fue estrellar contra la estación con el único fin de cagarle la vida a todo el mundo. Sentado allí aferrado a su café sabía que el teléfono sonaría más de la cuenta, que tenía menos hombres en las calles lindantes a una de villas más peligrosas de la ciudad, que el país se hundía cada vez más y más en la violencia irracional y desmedida, que nada podía hacer para cambiarlo y que ese era el peor café que había probado en toda su vida. También sabía que siempre serían señalados como los culpables de todo. Pero no. Había quiénes todavía entendían y respetaban. Había gente por la cual todavía valía la pena luchar, personas con principios y moral. No como la lacra que cometía los crímenes, o la otra lacra que los apañaba. A la mañana siguiente recibiría la puteada popular por no haber estado dónde iban a ser robadas las víctimas. Todo empeoraba día a día, año a año. Y aun así el argentino promedio no aprendió cómo caminar, dónde y a qué hora, qué mirar. Así se ahorrarían tantos robos, asesinatos, violaciones. Pero no. Nosotros tenemos que estar ahí antes que suceda. Somos el mal necesario de esta ciudad en la que nadie quiere estar, esa laucha corrupta que debe estar dispuesta a dar la vida por alguien que no conocés. Eso pensaba mientras mantenía su puesto de trabajo vigilando un tren estrellado. Sorbió otro trago del más horrendo de café en toda su trayectoria, lánguido y sin sabor; seguramente la leche tendría agua.


Por 15 pesos en la estación… ¿Qué querés?


Escoltado por un joven efectivo Abel atravesó la vereda como a una pared de periodistas y chusma que entre escombros se sacaban los ojos con las uñas para poder ver un poco más delo permitido. Tenían que rodear la estación para entrar por un costado ya que no habían podido hallar al que estacionó en la entrada para que retirara la locomotora. Al pasar por la fachada principal no pudo no dejarse llevar por el impulso de contemplar la locomotora cuyo frente estaba ahora incrustado en medio de la edificación como una irónica obra de Ragazzoni.


Ya tenemos un sospechoso sin siquiera haber entrado. Vamos bien.

 
 

4- 

 

La gente bullía y aullaba en acaloradas olas de caos restringido por la policía ante a la fachada del edificio. Gritos, sirenas, polvo y empujones; patrullas, efectivos, camiones bomberos y ambulancias. Y Érica sólo podía mirar a la cámara y hablar por sobre el resto.


- Si, estamos acá en esta madrugada de miércoles dónde la Ciudad de Buenos Aires no duerme a causa de un choque tremendo producido en la en la terminal de trenes de Retiro Ramal Mitre. No sé sise llega a ver con la cámara pero es imponente la imagen de la locomotora incrustada en la entrada principal de la estación dónde al fin se detuvo evitando así una catástrofe aún mayor. La estación está por completo cercada, no hay forma de ingreso, somos muchos los periodistas acá tratando de obtener algunas imágenes y también algo más de información oficial. Por el momento no se declararon víctimas fatales, más allá de algunas lesiones leves debido al derribamiento de escombros. Lo cierto es que hay fuentes que sostienen que dentro de este tren no había ningún tipo de pasajero, tampoco se identificó al chofer todavía…


La lente de la cámara se miraba a los ojos con Érica al tiempo que trataba de mantenerse de pie entre tanto incierto y ya casi no la escuchaba cuando percibió lejos al hombre del piloto al que el cordón de la policía le abría paso y entonces todo el mundo se abalanzó en masa con ferocidad sin poder avanzar demasiados pasos concretos por el tráfico humano pero se manteniéndose con el ligero temblor rabioso de una fiera que no ataca porque sabe que su agresor lo devoraría.



5-

 

Al pasar el umbral lo recibió esa inquietante quietud que vibraba en el aire, atravesada por hombres yendo a cumplir tareas específicas. Era una pintura viva de funcionalidades que no apreciaban la belleza del paisaje de piezas de concreto desperdigadas en torno a una locomotora cuasi destrozada armónicamente, como un fuelle contraído.


- El Suboficial está del otro lado, hay que atravesar la máquina.


Interrumpió el joven policía invitándolo tras él a cruzar. Allí el aire polvoriento llevó nuevamente a sus oídos el murmullo de un afuera bullicioso, sediento de respuestas prontas, inmediatas, verdaderas o no tanto.

Al acercarse a la puerta del vagón notó que no se trataba de la nueva línea de trenes con puertas eléctricas.


Nuevos en Argentina, basura museológica para China.


Sino que era de los de las puertas tradicionales con manijas metálicas. Pero tampoco se lo veía viejo, aunque maltrecho. El tren partía a la mitad la estación y sólo se podía pasar del otro lado atravesándolo. Dudó en subir un segundo, pero al ver que nada se le había caído en la cabeza del cana (que por cierto lo miraba ya impaciente por tomarse tanto tiempo para todo) lo siguió. Hacía muchos años que no subía un estribo. Cada paso lo dio con sumo cuidado, examinándolo todo. Arriba miró ambos lados de la oscuridad de los pasillos del tren, el piso, el techo. Lo poco que se veía estaba destrozado y había una energía extrañamente cargada de un silencio ensordecedor y húmedo. El policía que lo guiaba lo miraba desde el otro lado demostrando una cordial impaciencia. Abel abrió el tablero de luz junto a la puerta, lo miró detenidamente y resolvió cruzar dónde lo esperaba el joven. Ese posterior no era muy distinto al precedente. La única diferencia era que sobre un banco que parecía haber sido bombardeado de lejos, estaba sentado un hombre de unos 60 años con un expediente y un café en vaso de telgopor.

El hombre se paró y se acercó rápidamente a Abel, puso el expediente bajo el brazo y extendió su mano derecha a la del fiscal.


- Suboficial Héctor Bernárdez de la Comisaría N° 46, a su servicio.


Abel estrechó la mano distraído mirando el entorno.


- Abel Laggiard, fiscal competente en trenes extraviados a media noche.


Al ver que Bernárdez no soltaba sonrisa se apresuró.


- Disculpe la tardanza, está todo cortado. ¿Qué debo hacer? ¿Qué investigaron?


Bernárdez se lo quedó mirando con cierta indignación y extendió el informe a manos de Abel.


- ¿Qué debe hacer? Usted debería decirnos qué debemos hacer. De la investigación se encarga usted según entiendo. Nosotros estamos acá dando la cara.


Abel apenas lo miró de reojo para concentrar su atención en los archivos.


- Ahí están por escrito algunas declaraciones e información general del hecho. Nadie vio a nadie. Revisamos por todo el tren y su al rededor y no hay más que los trabajadores de turno que ya estaban en planta. Los pocos pasajeros que esperaban en el andén dieron declaración, tiene sus datos en la carpeta por si necesita contactarse con ellos. No hubo muertos ni heridos. No encontramos ningún cuerpo. Evidentemente el tren llegó vacío de alguna manera, impulsado suponemos por algún acto vandálico o terrorista.

- Pensé que suponer era parte de mi trabajo. –dijo Abel sin despegar la mirada del expediente.


Bernárdez se dejó irritar magullando sus palabras, miró al joven que había escoltado a Abel.


- Santiago, busque al encargado así el señor fiscal le pregunta lo que le parezca, hacemos lo que nos diga y nos vamos a nuestras casas.

- Si, señor.


Abel revisaba atento las declaraciones. Casi sin mirarlo, le dijo:


- No se lo tome a mal, pero ¿De qué clase de acto terrorista habla? Un tren viejo se estrella a mitad de la estación de trenes un martes a las doce de la noche. No hay víctimas, ni siquiera heridos. No conozco grupo terrorista a quién crea que le pueda servir un acto así, no expresa nada contra nadie. Quizás sólo estemos hablando de un maquinista bipolar o adicto a quién se le fueron las cosas de las manos.

- Señor, ya le dije que no se encontró a nadie…

- ¿Sabía usted que detrás de casi todos los paros cardiorrespiratorios repentinos e inesperados hay negligencia médica? – Ahora sí lo miraba a los ojos – ¿Por qué no lo sabemos? Porque los médicos se cubren entre sí. Hay una cofradía tácitamente sindical que funciona en todos los trabajos dónde ocultamos las cagadas de nuestros compañeros, para que ellos nos cubran el día que nos las mandamos nosotros. Pero de eso usted debe saber ¿Verdad?

Simulando un avanzar natural vuelve el joven escoltando, a su pesar,a un señor de unos cincuenta años, de traje, agitado y notoriamente molesto quién camina respirando por la boca. Baltier llega primero a la meta que es ese encuentro tenso Fiscal-Subcomisario para sólo ser el centro de atención. Luego, el joven.El hombre de traje, tosco pero seguro aprieta fuerte la mano de Abel mirándolo a los ojos.


Entre hombres las pijas se miden apretando la mano, todo lo demás es alarde.


El ya distinguible hombre gordo y pelado de traje toma aire de una voraz bocanada para presentarse a medida que larga ese mismo aire, no con menos oxígeno que antes, largando una palabra tras la otra sin comas ni pausas pero exhalando entre oraciones de forma arbitraria y acelerada y volviendo a tomar aire en medio de una palabra.


- Baltier, Encargado del Área de Seguridad de la estación Mitre, UGOFE – Agita la mano de Abel y se seca el sudor con el antebrazo.

- Fiscal Abel Laggiard...

- Laggiard – sin dejarlo seguir pero soltando su mano – usted está con nosotros en esto y ni bien encontremos el responsable nos sacamos más rápido el muerto de encima ¿Me sigue?

- Hasta ahora sí.

- Nosotros estamos a su disposición para la información que necesite, el suboficial le brindará sus herramientas de trabajo, usted investiga quién fue y cerramos el caso ¿Entiende? No alarguemos esto porque ya tenemos a todo el mundo hinchando las pelotas. Por las dudas tengo entendido que la empresa va a presentar una querella para cubrirse.


Abel cruza una mirada inquietante a Bernárdez, quién le devuelve impenetrable seriedad.


- Ok… tengo que examinar bien los expedientes del suboficial y luego me gustaría dar una vuelta y hacer algunas preguntas…

- ¿Para qué? – responde increpante Baltier usando siempre su garganta como un fuelle frenético – Eso ya lo hicieron los efectivos del suboficial. No pierda tiempo al pedo, Laggiard. Si quiere lea el expediente que redactó su compañero y hablamos en media hora, mientras sigo gestionando el orden. Lo único que falta es que se meta un fotógrafo pelotudo y empiece a romper las bolas.

- Mire… ¿Baltier?

- Encargado de Seguridad Augusto Baltier.

- Encargado…

- Dígame Baltier.


Abel lo miró con esa rudeza forzada que inventamos cuando temblamos de nervios.


- Baltier, el suboficial no es mi compañero ni usted mi jefe. Esta investigación la llevo yo por ende soy yo el que pone los términos.

- ¿De qué me habla Laggiard? Esto es puto accidente de mierda, no hay nada que investigar. Tenemos que encontrar al culpable y ya está.

- ¿El culpable? ¿Sabe usted si hay un culpable? Si es una falla humana primero hay que encontrar al cadáver bajo los escombros o restos del ferrocarril, cosa que no parece que vaya a suceder; y si no es un cadáver hay que encontrarlo desde el otro extremo, dónde fue enviado, lo cuál complejiza mucho la investigación porque ya nos lleva mucha ventaja, a esta hora podría estar llegando a Montevideo si quisiera porque ninguna de las otras estaciones de tren fue cerrada en el momento en que se produjo el accidente…

- ¿Usted entiende lo que significaría cerrar instantáneamente todas las estaciones restantes de los 3 ramales de la Línea Mitre con personal y pasajeros dentro desde el momento del accidente hasta ahora?

- … Y si fue una falla técnica se necesita un peritaje competente…

- ¿Peritaje? Está todo destrozado el tren, Laggiard ¿Qué quiere peritar?

- Frenos, estado de las vías, ruedas, combustible…

- Mire Laggiard, si funcionaran mal los trenes habrían muchos más accidentes. Evidentemente es un caso excepcional dónde la falla es humana…

- La falla siempre es humana aunque tenga una raíz técnica…


Baltier por primera vez se toma una pausa para exhalar por la nariz y enderezar sus pensamientos sin dejar de mirar fijo a los ojos de Abel, quién cada tanto esquiva sus ojos.


- Escúcheme una cosa Laggiard, ni a usted ni a mi ni a nadie le conviene que esta mierda perdure. Sólo a los hijos de puta que venden noticias. Así que mejor lea bien el expediente y nos volvemos a hablar en una hora para ponerle punto a esto ¿Quiere?


Abel, fingiendo no escuchar el latir de su corazón,  mira a Bernárdez, quién demuestra su cansancio atravesando su rostro con sus manos.


- Bernárdez ¿Cuánto tardarán en despejar escombros y sacar el tren para revisar puntillosamente que no haya cuerpos?

- Necesitamos traer otra locomotora para remover esta…y luego vemos.

- Baltier ¿Cuándo podemos traer esa locomotora?


Una pausa rabiosamente verborrágica atraviesa los ojos de Baltier.


- Hasta las 5 de la mañana eso va a ser imposible.

- Entonces posterguemos nuestra reunión para mañana, a ver si podemos ponerle punto o no a todo esto ¿Quiere?


Baltier resopló, subió su mentón y puso su mandíbula inferior por delante de la superior.


- A las 5:00 AM removemos esa locomotora, luego véngame a buscar.

- Encantado Baltier – Dice Abel mientras lo despide con un apretón de manos, esta vez apretando tan fuerte como podía hacerlo, aunque era insuficientemente fuerte en comparación al apretón de Baltier.


El Encargado sale apurado rumbo a una oficina en uno de los pisos superiores, hace gestos con la mano y se le suman algunos de sus hombres. Abel y Bernárdez se miran.


- ¿Al mediodía? – Pregunta Abel.

- Al mediodía.


Esta vez fue Abel quién apretó más fuerte que su contrincante; innecesariamente se dio cuenta en el transcurso pero ya era tarde para apretar menos. Lo miró a los ojos con un ápice de “lo siento”. Dieron media vuelta y se alejaron.

Bernárdez se acercaba a sus efectivos, a quiénes aparentemente les daba instrucciones.

Abel se amenazó con largarse cuando una extraña y repentina curiosidad lo forjó a deambular. Sabía que no se iba a dormir tan rápido una vez despabilado (tan repentina y furiosamente despabilado) y si se volvía a su casa era muy probable que diera vueltas buscando una prostituta con quién matar el tiempo, ya que era medio tarde para salir a buscar una extranjera en un bar y aún si no lo fuera  se le habían ido todas las ganas de hablar en inglés. Así que se quedó merodeando como si estuviese haciendo algo, esperando algo. Pero en lugar de eso caminaba errante, mirando sin observar, insulso. Como si no fuese él quien estuviera a cargo (¿estar?) de todo aquel despliegue de efectivos-circo. Quizá sólo para convencerse de estar trabajando miraba atento aunque distraídamente a Bernárdez y Baltier. Los separaban por lo menos 50 metros. Baltier caminaba mucho, hablaba alto (aunque Abel no podía escucharlo, Baltier hablaba de forma tal que uno podía darse cuenta desde lejos que hablaba alto) y se refería a todo con quién interactuase como si fuese su superior, quizás de algunos sí lo era. Bernádez, en cambio, se mostraba sereno y no parecía por eso faltarle autoridad hacia sus hombres. Estaba también notoriamente cansado, desgastado con un aire a quién está en proceso de marchitar, un marchitar zigzagueantemente progresivo en el que cada día al despertar recupera sólo un poco de toda la energía gastada el día anterior. Pero por sobre todo un aire de estar cansado de intentar ser un buen tipo todos los días, todo el tiempo.

Todas estas hipótesis, tan frágiles por cierto, sobre personas que acababa de conocer, ideaba Abel mientras saboreaba mentalmente un cigarrillo que a su boca todavía no había llegado. Entonces decidió que ese era un excelente momento para dejar de fumar y prendió su último cigarrillo.

Tenía un sabor a vicio, a innecesario, a exceso, a excedente, a pura gula. Algunas veces necesitás fumar un cigarrillo, la mayoría es gula. La primera pitada le había bastado, pero era el último y tenía que terminarlo, a cualquier precio. Un leve escalofrío lo tomó por sorpresa y se abrazó instintivamente sobre el piloto, que a esta altura era casi como su uniforme de trabajo. Le daba seriedad a su persona, ya que su persona no la tenía. Era una excelente forma de ocultarse. Miraba ese desfile nocturno de efectivos policiales yendo, viniendo, algunos solamente estando. Empleados siendo interrogados. Y afuera la barbarie; el pueblo con antorchas y dedos acusadores apuntando a lugares distintos, dispersos, pero con tantas ganas de incendio que resignarían su objetivo si otro se anima a arrojar su antorcha primero, a ese le seguiría el resto, todos estaban a la expectativa. Analizaba a cada uno por separado: policías, empleados, barbarie, Baltier, Bernárdez, él. Todos con uniformes, es decir que abajo algo ocultan, tapan. Los uniformes permiten eso: aparentar un empleado regular, policía ejemplar, un jefe estereotipo, un padre de familia, una puritana de iglesia en domingos, un político dedicado a su pueblo, un maestro con vocación, un fiscal apasionado por la justicia y la ley, o una prostituta de constitución. Todo mentira. A Abel no le importaba en lo más mínimo qué sucedió con el tren, pero parte de su trabajo era aparentar que sí. Y cómo ya hacía rato no podía sentir ese deseo sanguíneo de resolver un caso en pos de la verdad y justicia, ese sentimiento que lo acompañó durante sus estudios y primeros años de profesión, tan noble, alentador y enaltecedor… ahora usaba piloto. En un punto para él en ese momento era todo silencio, sólo escuchaba sus pensamientos con eco y un poco de hastío. Por alguna razón le dieron ganas de escuchar un tango, cualquiera.


Si algo nos enseña el cine yankee es que cualquier momento se puede musicalizar.


Lo que más le daba miedo a Abel era no saber qué carajos hacer. ¿Qué se hace cuándo un tren llega vacío y se estrella contra la estación que lo ve llegar a toda velocidad sin poder hacer nada al respecto, nada más que aguantar el impacto? Por suerte, había conseguido un plazo de unas horas que le daría tiempo para pensar qué hacer, aunque sospechaba que no lo aprovecharía. Sólo deseaba que a la mañana siguiente sacaran el tren de la fachada en la que se encarnó sin querer y descubrir un cadáver con uniforme de chofer y eso es todo.

Y así volver a la eterna normalidad. Un pase no le vendría nada mal.

 


6-

Todo sucedía muy lentamente, apenas diferenciándose de un stop. Música electrónica repitiendo un incesante loop y Abel metido ahí, en medio de toda esa gente que si no tenía una botella de agua en la mano, era porque le pedían a un amigo o tenían algún acuerdo con la barra. Era una imagen muy similar a un documental sobre un cardumen de peces, atravesándose entre sí, pereciendo su individualidad para formar una masa hetero-homogénea que cambia de fachada pero sigue siendo la misma masa. Aparentan que necesitan ir a específicos lugares distintos pero en el fondo no saben qué hacer y sólo se entrecruzan para no estar ahí quietos. Mentes, cuerpos y morales débiles, negociables, fácilmente excitables, prostituíbles. Pero en este documental Abel es parte, actor y allí en medio de todo eso puede oler la humedad y el humo. Sentir el constante contacto humano saltando, moviéndose, rozando, apoyando. Y en ese cardumen de carpas creyéndose pirañas Abel se sentía un salmón rojo en busca de gambas. Sus expectativas de encontrar una alemana o suiza habían bajado a cualquiera lo suficientemente borracha como para acompañarlo a su departamento. Ir a un telo sería más práctico, pero no podía darse ese lujo a fin de mes así que trataría de deshacerse de ella lo antes posible.

Esa musicalidad uniforme sin compases ni puntos de giro no le permitía diferenciar cuándo terminaba una canción y empezaba la otra, le parecía ser todo un mismo tema largo que duraba horas. ¿Horas?


Pensar que a alguien se le paga por pasar música.


Tenía todavía media cerveza en proceso de calentarse, sentado en una banqueta con su piloto. No tenía dónde dejarlo y no pensaba cargar con él. Así que lo llevaba puesto. Miraba ese paisaje repetitivo como esperando que algo pase, pero nada nuevo sucedía. Entonces decidió ir al baño.

Atravesó el cardumen a fuerza de empujones zigzagueantes, y alguna que otra quemadura de cigarrillo en el piloto. Se sentía tan ajeno, tan mayor, tan serio. “Debe ser el piloto” pensó.

Se encerró en la garita del inodoro y sacó su paquete de cigarrillos vacío. Dentro tenía poco menos de media tiza. Aplastó el paquete sobre la mochila del inodoro, separó un trozo de tiza y lo aplastó con el encendedor. Sabía que era mala y que era poco práctico, pero era más barata que si la compraba lista para tomar. Se aseguró que estuviese bien molida y sacó la llave de su departamento, cargándola con la suficiente cocaína como para una línea. La miró de cerca. “Lo único que me falta es que mañana me sangre la nariz frente a Bernárdez”. Se tapó la fosa izquierda y esnifó hasta sentir el gusto metálico de la llave en el dorso de la lengua. Echó la cabeza para arriba como para no dejar caer un gramo y aspiró aire, luego el protocolo pertinente. Guardó todo y salió al baño. Al abrir la puerta un joven rubio de camisa lo miraba fijo mientras meaba en el urinal. Abel le sostuvo la mirada un par de segundos y fue a lavarse las manos. El rubio, aún con la mano en la pija, lo volvió a mirar cuando se lavaba la cara.


- Vos tenés pala, ¿no?

- No amigo, no tengo – Se apresuró a responder sin mirarlo, con la fingida naturalidad que nos restringe esa punzada en el corazón.

- ¿Me convidás un saque?


El joven se mostraba nervioso, parecía sudar. Abel se secó las manos en el piloto y se encendió un cigarrillo.


- Flaco, no tengo.


El rubio terminó de orinar y se dio vuelta hacia Abel mostrando adrede su miembro, se terminó de acomodar el prepucio y subió lentamente la bragueta mirándolo fijo a los ojos. Aclaró su nariz.


- Si me das una línea te chupo la pija, dale.

- No tengo y no me interesa.


Exhaló el humo de la pitada y se dirigió rápido a la puerta pero el chico rubio lo interceptó, cerró la puerta con la espalda y volvió a aclararse la nariz como si le molestara. Transpiraba.


- Dale loco, sé que tenés. Chupámela vos si querés, pero dame un pase, loco dale.

- Correte de la puerta, pendejo.

- No me corro hasta que no me des un pase.


Abel estiró la mano hacia el picaporte pero el rubio se le interponía. Lo miraba con ojos jadeantes y se secaba la nariz. Abel insistió con la puerta y el joven le corrió la mano con violencia, le clavó la mirada ahora con algo siniestro en ella. Desde fuera se escuchaba el encapsulado loop electrónico y el aire caldeado de humo y sudor que apenas los separaba parecía solidificarse y volverse cada vez más pesado. Los nervios a Abel le picaban en el cuero cabelludo y espalda pero no paraba de mirarlo. El Rubio se bajó la bragueta y se acarició la pija con la mano, y con la otra la nariz.


- Escuchame una cosa pendejo de mierda: correte ahora porque te saco yo y no te va a gustar nada.


Del lado de afuera empujaron para entrar y el rubio hizo presión para no dejar pasar.


- Flaco si no me das le digo al de seguridad que tenés y se te pudre todo acá.


Volvieron a empujar con fuerza repetidas veces balbuceando insultos y el rubio se dio vuelta para presionar la puerta. Se puso rojo de la fuerza y empezó a gritar con bronca.


- ¡Dale puto, dame la merca porque no salís más de acá hijo de puta!


Abel apagó el cigarrillo en el piso le pateó ferozmente las costillas, lo agarró del pelo y le estroló la cabeza contra la puerta. El golpe seco dejó en silencio el exterior que ya no intentaba entrar. El rubio se agarró la cabeza y tambaleó hasta el piso. La sangre le chorreaba por la cara y lloraba del dolor insultando a Abel. El fiscal se acercó, se prendió otro cigarrillo y lo volvió a patear con fuerza en el estómago.

Al darse vuelta ve en la puerta un joven castaño de ojos claros que lo miraba temeroso y dubitativo. El rubio seguía gimiendo y llorando del dolor con la cara y remera empapadas de sangre.


- ¿Qué mirás flaco? ¿Querés mear? Pasá

- ¿Vos le pegaste?

- Dejalo está drogado.


Abel se abre camino empujando al joven castaño y alejándose rápidamente por los pasillos. Tan rápido como se lo permitía ese enjambre de personas entrecruzándose entre sonrisas, saltos, bailes, tragos, duros, extasiados. Abel los corría cada vez con más asco dejando atrás cualquier deseo de llevarse una mujer a su casa. La calentura ahora era otra cosa. Pero seguía siendo algo caliente.


 

7-


Eran casi las 3 de la mañana y llevaba medio paquete fumado. Parado sobre Santa Fe fumaba el décimo cigarrillo como si estuviera enojado con él. Esperaba un maldito taxi y pitaba fuerte sin dejar espacio a ceniza. En el horizonte se veían sólo taxis ocupados. Vuelve a pitar con bronca ésta vez se quedó mirando al cigarrillo arrebatado y le pareció que era una víctima, estaba lastimado y sufriendo. Llevaba fumado la mitad pero poca ceniza había caído y se veía gran parte del cuerpo del cigarrillo encendido, apresurado, y en su interior vio el rojo del fuego incandescente que parecía una herida, como si estuviera por sangrar, o latir. Tomó aire, expiró. Y prometió estirar estos diez cigarrillos todo lo que pudiera para que éstos sí sean sus últimos. El suceso del Rubio le dio escalofríos y se rascó lo que el cuerpo le pedía rascarse en ese momento. Todo era repentino y con bronca. Quería fumar y la picazón lo irritaba porque no lo dejaba. Y el taxi no aparecía. A las 5 retiraban la locomotora y algo debía dormir. Ahora le picaban varias partes del cuerpo al mismo tiempo y tenía que rascarse mientras fumaba.

Se sonó el cuello y vio doblar por Callao un taxi que paró al tiempo que mata el cigarrillo contra el asfalto. Estaba ahí tirado como si quisiera decirle algo y lo miró con algo de culpa, aunque no sabía bien por qué.

Sube y da la dirección. Cortante, esperando que el taxista tampoco se decidiera por hablar. Miraba por la ventanilla como si estuviese pensando en algo, ocupado.

Suena en la radio “Dancing cheek to cheek” y el taxista sube el volumen. Era un hombre grande, delgado y de bigote canoso. Cada tanto Abel lo miraba esperando que se le diera por comentar algo, pero no. El hombre sólo conducía. Aún sentía el acelere de la cocaína en su cuerpo.

Abel se recuesta y suspira profundamente. Había algo en ese silencio que le incomodaba. Pero el hombre no parecía romper el silencio.


- ¿Tranquila la noche?

- Bastante, si.

- Es más tranquilo trabajar de noche, ¿no?

- Muchas veces sí – Contesta el taxista resoplando.

- ¿Por eso trabajás de noche? ¿Porque es más tranquilo? ¿Te rinde más?

- Trabajo de noche porque no soporto la gente de día.


Abel se arrepintió de haber hablado porque esto no era menos incómodo.


- La gente está más nerviosa de día, ¿no? Apurada, estresada.

- Hay mucho pajero de día – Espetó.


Abel volvió elegantemente a la ventanilla.


- Hay mucho pajero… - Repitió en voz baja.


Necesitaba un trago de vino. Para dormir por lo menos. Una copa quedaba seguro.

Pagó y bajó sin el menor comentario. En la entrada el de seguridad lo miraba de reojo, pero acusante.

Repitieron el habitual ritual de saludo con la cabeza y siguió cada uno con lo suyo.

Ascensor.


 

8-

Silencio y desorden. Poca luz. Rastros de cocaína en algunos muebles y ese olor a humo que te recuerda al entrar que vive un fumador. Abrió el ventanal y se tiró en la cama revuelta de ropa y migas de comida de vaya a saber cuándo. Se tapó la cara y respiró profundo. El reloj marcaba las 03:23 AM. Se puso la alarma para dentro de una hora y miró de reojo al piloto, casi como si le evitara la mirada por miedo que le diga algo. Cerró los ojos odiándose por olvidarse de tomar esa copa de vino. Abrazó la almohada.


Chasquido.

 

 
A- 


Es todo oscuro y huele a perversión. Las puertas enormes de roble se abren lentamente descubriendo un gran teatro vacío. Algunos faroles encendidos, las butacas de terciopelo rojo límpidas, pero el piso tiene algo pegajoso. Atraviesa el pasillo mirando los costados, el atrás, las puertas cerrarse mucho más lento de lo que se abrieron. En el centro del escenario ahora está el tren, su locomotora enorme algo destruida es apenas iluminada por un cenital. El trayecto parece no terminar, son muchas butacas y el suelo no para de crujir pero sin crujir sonoramente, sólo esa sensación del pisar, el pegote en la suela que se arrastra ya sin saber si lo pegajoso es nuevo o viejo. De lejos se escuchan unos violines algo desafinados según entiende. Sube la escalinata al escenario y el tren se ve cada vez más grande, titánico. La locomotora está prendida y pareciera moverse, como si estuviera estancada tratando de salir y hace un sonido de queja mecánica, pero le duele. Parece la imagen de una bestia con una astilla que no se puede sacar y ahí está Abel, para sacarla. Es una bestia encerrada en ese cuerpo de locomotora y hace todo lo posible por salir, usa todas sus fuerzas pero apenas logra moverse con el ritmo de un motor en marcha. Ya arriba Abel sentía que tenía poco tiempo pero tenía que ser cauteloso. La puerta aún no se cerraba y si salía corriendo alcanzaba a salir tranquilamente pero esa máquina estaba sufriendo y lo miraba sin ojos, pero lo miraba, esperanzada. Abel la recorrió despacio. Del principio al final. Sólo la miraba a cierta distancia porque sentía que se tenía que ganar su confianza y cuando lo creyó conveniente acercó lentamente su mano y la acarició. El frío del metal le vibraba en la palma. Agarraba cada pedazo de hierro doblado, tanteaba cada chapa abollada, cada vez con más confianza. Sentía que ella ahora se estaba dejando tocar, más calma. En el extremo delantero de la locomotora notó una parte levantada del metal que mostraba un pequeño agujerito. Se acercó despacio y miró por él pero sólo veía la oscuridad y la luz apenas distinguía la superficie de todo. Agarró la partecita levantada del metal y tiró de ella que suavemente se abría como si fuera papel. El agujero creció y tiraba con ambas manos cada vez con más fuerza despegando todas las piezas metálicas de la locomotora que ahora era pura cartapesta y en su enojo Abel tiraba y rompía con furia cada pedazo de papel y cartón pegados con boligoma pero sólo se veía oscuridad en el fondo. Empezó también a patearlo con bronca y desgarraba toda la piel del tren que ya no se quejaba ni movía ni dolía. Despedazaba todas sus partes bajo las cuales había sólo sombra, ni piso ni madera. Tiraba el papel a la platea y pateaba todo el maldito tren hasta que una feroz puñetada fue real y le destrozó la mano que chocó con el verdadero metal. Se agarró la mano tirándose al piso y gritando de dolor. Aplausos de lejos, otra sala. Las puertas semi abiertas quedaron a la mitad. El tren abierto al medio como si fuera una escenografía destrozada era de nuevo de metal y tras sus roturas había oscuridad. Abel se agarraba la mano derecha que le dolía hasta el codo. No se veía lastimadura pero el dolor era intenso. Las butacas crujieron solas. Ahora el tren estaba armado de nuevo, sus luces encendieron y la bocina chilló con la fuerza de un animal herido y acorralado pero dispuesto a pelear.

 


9-


Abel despertó agarrándose la mano y el reloj marcaba las 4:40 AM. Abrir el puño le costó. Se agarró la cara y se levantó desarrugándose la ropa con la acababa de enterarse, se había acostado. Abrió y cerró su mano para destensarla. Por un momento pensó si se darían cuenta que llevaba la misma ropa que el día anterior. 4:45.

Se peinó y salió echándose perfume.

Llegando a la puerta de su casa ya le quedaban tantos cigarrillos como minutos para llegar a la Estación.


Siempre es tan difícil. Las manos presionan la cara.



- FIN DEL FRAGMENTO -

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