30 May
30May

Té Sommeliers


 


Rozando la armoniosa solemnidad que acostumbran, Virginia, Gertrudis, Magdalena y Jacqueline celebran la hora del té semanal en casa de la primera. La luz de los grandes ventanales acompañaba los tonos claros del interior inundándolo de claridad, a la vez que daba brillo a la platería de la anfitriona. A pedido de Gertrudis, Agostino, interpretaba maestoso algunos nocturnos de Chopin. Entre jarrones orientales y cristalería inglesa, Virginia lucía un radiante vestido nuevo para deleitar el buen gusto de sus compañeras de las tardes de verano campestre. ¡Casi se le olvidaba comprarlo el día anterior! ¡Qué barbaridad! Tuvo que salir a las apuradas a conseguir un diseñador que no tratara de abusarse de la urgencia y del apellido de su marido. ¡Qué decepción se hubieran llevado Gertrudis, Magdalena y Jacqueline, quienes ahora sólo contemplaban aquella magnífica pieza de la sastrería moderna! Y cada vez que Magdalena acariciaba, ansiosamente, aunque sea sólo la manga de seda del vestido, Virginia rechinaba los dientes. Pero luego sonreía, claro, como era costumbre en las mujeres de su familia, inclinando un poco la cabeza y mostrando solamente algunos dientes de la mandíbula superior, cepillados con antelación por la ocasión. Jacqueline escuchaba ese rechistar y observaba nerviosamente todos los movimientos ofuscados que Virginia sopesaba con la gracia de su sonrisa, pero no podía evitar el chirrido que provocaba su cucharita de plata contra la porcelana de la taza al revolver en ella. Gertrudis, quien apenas entraba en cualquier vestido, era siempre la divertida del grupo y dejaba pasar por alto aquellos dejos de chismerío sin importancia para concentrarse en el vaivén del nocturno, el que acompañaba con su cuerpo casi danzante, que sólo se frenaba ligeramente al sorber ruidosamente de su taza de té. Magdalena, cuando no miraba el vestido de Virginia estrepitaba los huesos de sus manos y se miraba sus zapatos. Eran nuevos y nadie se los había halagado aún… ¡Pero no importaba! Ponía su cabeza en alto y seguía tomando su té. Virginia rechinó los dientes al notar que ya eran pasadas las 17:10 y Simón no había llegado con las masitas finas. Las tazas de té estaban casi por la mitad y aún no se había servido en la mesa nada para acompañar. Por suerte Gertrudis estaba ensimismada con la música y de tanto en tanto sorbía de su taza. Y Magdalena sólo le contemplaba su vestido nuevo y paraba para mirarse los zapatos y estrujarse los dedos. Pero… ¿Y cuando Gertrudis quiera sorber y no haya más té? ¿Y si de tanto mirar abajo Magdalena mira su taza vacía? Virginia se sobresaltó agarrando fuertemente su taza y al ver que Jacqueline observaba escéptica todos sus movimientos con esos ojos saltones y ojerosos que la delataban, por más base que se pusiese… ¿Habrá notado la falta de las masitas finas? Jacqueline notó el peso de la mirada de Virginia y trató de disimular su nerviosismo revolviendo ruidosamente con su cucharita. Fue cuando Magdalena acarició apretando fuertemente entre sus dedos la manga de Virginia que Jacqueline lanzó un agudo suspiro de alivio. Virginia volteó hacia Magdalena, estrujando su taza de té, y espetó esa sonrisa característica. Gertrudis dio un ruidoso sorbo de té y Virginia volvió a mirar el reloj de péndola: ¡Eran las 17:17 y no había traído Simón las masitas que le había encargado! La vergüenza y la impotencia estaban atormentando a la anfitriona que empezó a mirar a todas partes con los nervios crispados, tenía un nudo en la garganta, hacía muecas sin darse cuenta y apretaba cada vez más su taza de té. Empezó a dar golpecitos con sus tacos contra el piso en un tic nervioso. Miraba el reloj, las tazas de té por menos de la mitad, la danza de Gertrudis, los espantosos zapatos de Magdalena, los ojos saltones de Jacqueline, la apasionada interpretación de Agostino indiferente a todo. Fruncía el ceño acorde apretaba más la taza de té, que ya tenía un ligero movimiento nervioso. Escuchaba la cucharita contra su porcelana, los sorbidos ruidosos de su té, el estrujar de su seda... ¡De repente, el estómago de Jacqueline crujió y a Virginia se le resbaló la taza de los dedos estrellándose contra el piso y salpicando de té la alfombra de piel! Agostino interrumpió su ejecución. Todos quedaron en silencio y la miraron. Virginia sentía que todos comenzaban a crecer y a mirarla desde arriba mientras ella se aferraba al platito del té que le había quedado en su mano.

La puerta se abrió de golpe, de par en par, y entró Simón con el carrito de los postres cargado de dos bandejas de masitas finas. Todas voltearon a verlo y Virginia se apresuró a mirar a Agostino, quién retomó maestoso el nocturno. La anfitriona se agachó con ferocidad a levantar la taza del piso y sintió como su vestido se rajaba en la espalda. Agarró la taza velozmente y se acomodó mientras Simón servía las bandejas sobre la mesa. Gertrudis, contenta de que se retomara la música, volvió con su ligera danza mirando de reojo las masitas. Magdalena se acomodó en la silla levantando la frente sin importarle por qué le miraban los zapatos y no le decían nada al respecto y miró fijamente las masitas y luego a Virginia. Jacqueline estaba terriblemente avergonzada y miraba las masitas con pena. No había almorzado porque sabía que su estómago no resistía dos comidas tan juntas y no podría rechazar las masitas de la tarde que acostumbraban en casa de Virginia. La anfitriona observó rabiosa el marchar de Simón, quién parecía no haberse percatado de lo que había ocasionado, rechinó los dientes y notó que las tres damas la miraban para dar orden de empezar a comer. Virginia inclinó la cabeza y sonrió haciendo un ademán de comenzar, tratando de moverse lo mínimo y necesario para no seguir rasgando su vestido. Gertrudis, Magdalena y Jacqueline la miraban ansiosas para que comenzara ella, puesto que era de mal gusto que cualquiera de las invitadas comenzara a servirse sin que la anfitriona tomase la primera masita. En ese momento, Virginia notó lo lejos que Simón había dejado la bandeja de ella. Eran las 17:21 y nadie había probado bocado. Jacqueline revolvía cada vez más fuerte su ya frio té al sentir que su estómago estaba por estallar nuevamente. Sin dejar de mirar a Virginia, Gertrudis sorbió ruidosamente una vez más de esa taza que ya parecía diminuta comparada con ella. Magdalena trataba se sonarse los huesos de las manos en los momentos álgidos del nocturno. Virginia, sin dejar de sonreír, comenzó a desliarse hacia la bandeja. Todas la miraban sin entender la rigidez de sus movimientos. Una a una sentía que se iba soltando las ataduras de la parte posterior de su vestido mientras ella fruncía el ceño, su corazón latía más fuerte, pero no dejaba de sonreír. Seguía estirándose sobre la mesa y sus dedos estaban por acariciar la primera masita fina cuando resbaló de la silla, cayó sobre la mesa y su vestido se abrió por detrás de par en par. Todas se sobresaltaron. Magdalena miró atentamente las ataduras del vestido, sorprendida. Agostino tocaba cada vez más fuerte sin mirar. Jacqueline tomó rápidamente una masita fina y la engulló sin más ni más. Luego, tomó otra y otra más. Masticaba sin dejar de mirar de costado a Virginia, quien no dejaba de sonreír, pero no se movía de la mesa. Gertrudis vio que Jacqueline iba a tomar otra masita y tironeó de la bandeja. Jacqueline la miró indignada con esos ojos saltones. Virginia estaba sintiendo que todos se deformaban, tenía un vacío en el pecho y sus ojos se humedecieron. Magdalena, con una mano en el vestido, tironeó de la bandeja sin dejar que la glotona de Gertrudis tomara bocado de una masita. Jacqueline tiró fuertemente de la bandeja y las masitas se desparramaron sobre la mesa. Todas se abalanzaron sobre la mesa a agarrar las masitas aplastándolas contra el mantel. Virginia se levantó de golpe y tironeó del mantel, la bandeja, las masitas, su vestido y las damas cayeron al piso. Virginia se cubrió con el mantel y Magdalena agarró su vestido y se lo llevó contra su pecho. Debajo de la mesa Jacqueline y Gertrudis se tironeaban de los pelos luchando por agarrar las masitas y llevándose a la boca todo pedacito que encontraban lleno de pelos de la alfombra. Agostino terminó el nocturno y salió de la sala. Magdalena se levantó y, llevando contra si el vestido de Virginia, todo doblado y arrugado, mostró sus zapatos a las damas y salió de la sala taconeando con desprecio. Jacqueline y Gertrudis salieron de debajo de la mesa con todos los pelos revueltos y las caras manchadas de chocolate y vainilla. Hicieron un ademán de saludo y salieron llevándose algunas masitas en las manos y eructando para adentro.

Virginia, sola y desnuda, observó el enchastre de la sala comedor y, conteniendo el llanto, rechinó los dientes.

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